Poéticas de la intemperie

71 que es una parte microscópica de la fotografía aérea cuyo mar es el cielo azul que lo niega en su predeterminada condición de impresentable. Ivanna escribe en cada uno de los objetos ¿Qué sabe el pez del agua donde nada toda su vida? . Vuelve a La Chimba , los devuelve en las mismas pequeñas coordenadas donde habían sido hallados. Ahí se sumergirán, nuevamente perdiéndose sin desaparecer en el continuo de tierra, residuos y pavimento a medio construir, o destruir de esas calles que siempre se esconden de la ciudad. La ciudad es el espacio contenedor de la amenaza de su propio quiebre en la bifurcación de sentidos y experiencias como un enrevesado texto que no tiene página de entrada ni salida. Inquietud, desasosiego, miedo, expectativa, malestar, deseo, extrañeza, extrañamiento, y cientos de palabras más se agitan en su oscuro interior, como un juego de “cadáver exquisito” justo al momento de revolver las palabras dentro de una bolsa, antes de ser desplegadas en una mesa y constituir una frase o un poema. Sin embargo esas palabras no saldrán a la luz, se quedarán siempre refregándose entre sí al interior del sombrero. Cada una es la trizadura en el cuerpo de las certezas que se pretenden totalizadoras, sólo queda el sentimiento de la insignificancia de ser una pequeña historia que la ciudad no acoge y donde simplemente desaparecerá. Hay una casa de dos pisos en la comuna de San Miguel, cerca de El Llano, sector marcado por la ostentosa especulación de las inmobiliarias. Su jardín es maleza en medio de los restos de las columnas de lo que fue un parrón. Sus vidrios se ven sucios y enturbiados, algunos quebrados a medio cubrir por pedazos de plástico. En invierno las ventanas del segundo piso traslucen apenas una ampolleta que cuelga del cielorraso lleno de manchas de humedad y goteras. A veces se puede ver un auto medianamente nuevo y blanco en el patio cada vez más seco que apenas recuerda que en ese lugar pudo haber un jardín limpio y cuidado como escenario del deseo de una vida. A veces desde la ventana o la puerta se asoma un rostro enigmático y temido por los niños del barrio, es un hombre calvo de unos cuarenta años extrañamente vestido con buzo casi hasta la cintura, la camisa adentro y mirada intensa difícil de sostener. Calle

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