Poéticas de la intemperie

60 Poéticas de la intemperie propia historia, cosa que no es mucho ni muy relevante. No basta con andar allá afuera para estar en la calle (para estar en la calle, hay que estar en la calle). Aquí viene a cuento de manera no tan seria aunque al mismo tiempo todo lo contrario el viejo dicho o relato de que tal o cual personaje “quedó en la calle” o “a la intemperie”. Se trata algo así como de “estar privado” de algo que se tenía y de lo cual me rodeaba y me reconforta; o sea me confortaba. Vuelve a resonar ahora la palabra Intemperie como destemplanza del tiempo, destemplanza de los saberes y desnudez; esa sensación de desprotección que cuando niños nombrábamos como una especie de “frío en la espalda”. Puedo designar el callejeo como un deambular simple, desnudo y sin razón útil aparente. El callejero no tiene distancia, el tiempo parece pertenecer a quien deambula, aunque obviamente es complejo aventurar cualquier cosa respecto de lo que sea el tiempo. Digamos también entonces que los signos, delatando su transcurso, se transforman en una escena; el tiempo como paisaje desplegándose ante quien camina, al parecer no se tiene ni se lleva nada importante cuando se callejea… Desde la calle la ciudad se escucha lejana, como un fluido que quiere constituirse en una constante secuencial, prepotente y razonada, que concibe las calles como simples vías, vasos o arterias de circulación, metáfora biológica que diagrama especies de infografías siempre necesarias para mediar y tomar distancia sobre su organicidad impresentable, siempre expuesta a la sospecha amenazadora de lo corrupto, lo demasiado orgánico e infeccioso. Entre medio nuestro cuerpo late y vive pobremente, auscultado en el panóptico ciego que le vigila implacablemente sin mirar. La ciudad, lo mismo que el espacio público, es desafección e indiferencia, si estamos en el espacio público predomina esa clase de silencio que es la pérdida de atención, es silencio porque no escuchamos nada. Y si algo, un ruido viene a manifestarse destacando con intensidad sobre el fondo, es sólo una sensación acústica que deviene utilitaria. La ciudad ignora lo que se quiebra en su interior, tal como circulamos indiferentes a lo que se hiere, se desmorona, padece o muere a nuestro lado.

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