Poéticas de la intemperie

25 Poéticas de la intemperie II Esta denominación, ya desde el inicio, enuncia una especie de paradoja. Primero, implica concebir el estar ahí, en la intemperie, como un estado subjetivo más que una situación física en la ciudad que pudiese explicarse en el simple hecho de estar afuera. Es una forma de experimentar los lugares estando fuera de lugar. Peor aún, se puede decir lo obvio, que cualquier ciudad es una suma de lugares, y ningún lugar al mismo tiempo, porque una ciudad es una idea y no un lugar. O sea intemperie es un estar entre el afuera y ninguna parte. Nuestra experiencia cotidiana sin embargo, casi invariablemente es un estar de paso por la experiencia rutinaria del tedio, la nada; atisbos del deseo y la expectativa que apenas rozan los sentidos y que asumimos no se pueden consumar. A medio encajar en nuestro cuerpo estamos casi siempre en tránsito, donde ni los conceptos ni las certezas habitan o se articulan en propiedad. Todo ello envuelto en la bruma inconsistente pero efectiva de negación a la exterioridad que si se manifiesta como exceso puede adquirir formas demasiado inquietantes. Sin embargo, a veces, simplemente sucede la exposición cruda y absoluta experiencia del estar fuera de lugar, fuera de los lugares que no son lugares, de la ciudad, excluidos de su idea. Exposición descarnada al miedo de ser lo otro; vacilante, quebradizo y solo. Siguiendo en parte a Hölderlin, si Poesía es nombrar, tomar posesión de las cosas y transformarlas en signo, traer a presencia lo que a la presencia escapa: el poetizar designa un mundo, logra fijar alguna intuición de lo real en un objeto, palabra, materia o sonido, que comunica algo o al menos da que pensar y que eventualmente se torna en certeza; es puente o bisagra entre lo visible y lo invisible de la experiencia, dicho de otro modo, eso que se agita y retuerce en nuestras cabezas y nos sustrae por unos instantes de la mecánica silente y sometida del mundo en su devenir sin asunto hacia la desaparición.