Poéticas de la intemperie
21 que sólo ha cambiado su escenario, no hace otra cosa que interrumpir la ya precaria relación entre lo que deviene del arte como pulsión afectiva, torpe y necesaria y el pedazo de mundo que la ha provocado. Ahí la calle ha cesado, se vuelve espacio de arte y no calle, y lo que sea o era su mundo desaparece recubierto por la obra y su espectáculo. Transeúntes y habitantes quedan atrás contemplando desde lejos como si fuesen los espectadores sin visión en las butacas más baratas y lejanas de una ópera en el Teatro Municipal de Santiago. La experiencia de la calle y el relacionarse con ella mediante una intervención implica también la vieja discusión entre acontecimiento y narración: uno de los problemas o incongruencias que se plantean en dicha oposición de palabras es la incapacidad de dar cuenta o materializar, en un grado más o menos objetivo, el acontecimiento de la calle, de una experiencia, obra o gesto que la aborde. Hay ahí una especie de pugna de privilegio, el de la experiencia que se agota sobre sí misma, como el hielo de un instante 3 , y que no obstante pervive en algún lugar de la memoria brumosa plagada de ruinas ficticias de cualquier transeúnte, y el de la narración, la interpretación, la puesta en valor en un tramado de lenguaje, finalmente su inscripción en un sistema artístico o teórico reflexivo que, como decía, muchas veces sólo se remite a verificar relaciones “legítimas” consigo mismo. En este libro me he restado de la necesidad y dependencia rigurosa de ese campo teórico, de referencias, plena de información y discusión bibliográfica de lo que se supone sería el cuerpo reflexivo que se ha ido formando en torno a la noción de Arte y Espacio Público. A veces conviene buscar en otros territorios, en la fenomenología del ser ahí en la calle 4 , prestar atención y oídos a la apertura siempre en presente del surgir de las cosas, liquidando el 3. Gatón Bachelard, “La poética del Espacio”, capítulo La Casa, del sótano a la guardilla , FCE. México, 2010. 4. Una pequeña escena: hace unos diez años atrás, época intensa y rica en conversaciones, invariablemente en un restaurant chino cerca de la Universidad ARCIS donde trabajábamos con Mauricio Barría, Mario Sobarzo y Sergio Rojas -todos ellos grandes amigos- discutíamos, otras veces fantaseábamos, proyectos editoriales, y pensábamos cualquier cosa que se diera a pensar. En una ocasión, ingenuamente movido por mi interés o entusiasmo en la filosofía, propuse vagamente la idea que abordáramos un proyecto de escritura de lo que sería una “fenomenología de la calle”, de nuestras calles. Obviamente recordaría sus respuestas si es que hubiesen sido al menos algo entusiastas; aunque Rojas, a su modo y quizás sin la pretensión que yo manifestaba, ya había abordado esa tarea en algunos de sus textos. Aún creo que esa fantasía sigue siendo una tarea pendiente. Pequeñas tensiones iniciales
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