Poéticas de la intemperie

157 Entonces todo se transformó para mí en la necesidad de un gesto de naturaleza íntima y privado ritual: pasar tiempo, hora tras hora imprimiendo fotos del muro sobre papel roneo y doblarlas en pequeños paquetes como un pequeño ceremonial que me permitía mantenerme cerca y recordar esa extraña intersección que no cesaba en su llamado. Luego ir, esas noches y tocar, se trataba de tocarlo y sentirse pequeño ante una inmensidad que no era el muro; escarbar en la tierra entre ladrillos, dejar cobijado ese mensaje sin destinatario en lo pequeño. El doblez del papel asomándose como si se tratara del lomo de mínimos libros sin clasificar depositados en ese gigantesco estante contenedor de una lengua indiscernible, que no miran hacia algún lugar, ni dialogan ni comunican ningún saber. Vierten su intención en la tierra y reciben de ella su único saber posible. Luego se trató de buscar acercar, emparejar, escribir y recortar tiras de palabras que no llegan más allá de ser especies de enunciados que tantean la posibilidad de fijar esa mudez en una resonancia clara que podamos pensar y que finalmente es la resonancia de algo que siempre es una palabra Muros

RkJQdWJsaXNoZXIy Mzc3MTg=