Poéticas de la intemperie

155 mucha gente a modo de turistas patrimoniales o artistas curiosos. El asunto es que finalmente, y esto es para mí lo principal esos fierros lanzados hacia adelante en la prepotencia de la imagen estarían siempre dando la espalda al muro. Lo estaría cubriendo, lo estarían olvidando para hablar de él. Éste siempre quedaría intocado y recogiéndose sobre sí mismo. Yo al menos contaba con la certeza que todo se trataba del cuerpo material de ese muro, su implacable presencia y el estar ahí observando, escuchando, preguntando: ninguna forma de representación venía a cuento aquí porque finalmente todo esto se trataba, insisto en ello, de lo irrepresentable… Fue cerca de un año de escarbar en el muro con la mirada, y luego con el oído, insistente para ver lo que exuda, si es que en la materia hay algo más que pura materia. Intentar visualizar los nombres, o escuchar los restos de sus voces, en fin, los miles de nombres acumulándose uno junto al otro y encima, en una implacable suma que resuena como una bola de plomo contra el piso que sin embargo no es capaz de emitir ningún sonido porque ya no es cosa ni materia ni quizás nada. Sólo tierra y mugre que podemos remover escarbando con las manos, acumular y guardar. Si dejo resonar alguna voz o tan sólo un chirrido en un pequeño parlante envuelto en un papel roneo, o desde un clavo muy arriba cuelgo cuatro metros de cable eléctrico que sostienen dos pequeñas ampolletas a manera de un escapulario y dos pequeños paquetes de papel que dejan ver el pedazo de un rostro. Inventar sus nombres porque todo nombre ya ha existido, escribirlos en delgadas tiras de papel y acomodarlos un rato en las junturas entre los ladrillos para que alguien los encuentre. Quizás sólo así puedo imaginar que veo, escucho o presiento los que en su clausura ya no son ni están… En medio de estas fantasías de trabajo, el 30 de julio de 2012 adentrándome por la calle Raimundo Charlín desde Olivos, me encuentro con cuatro pequeños paños amarillos de unos 15 cms. diseminados cada uno a bastantes metros de distancia, colgando uno entre la superficie horadada de los ladrillos, otro en la base de un arco sellado, otro entre dos pedazos de madera que clausuran una ventana. Imaginé la posibilidad que alguien los había dejado ahí con una intención pues la calle acepta cualquier pregunta, relato o interpretación, Muros

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