Poéticas de la intemperie

125 Muros VIII Muros, murallas, han sido recurrentes en el desarrollo de este proyecto y este libro, constituyen parte esencial de nuestra experiencia con la calle. Decía al menos inicialmente que calle era entre otras cosas, algunas sin definir: sendero, ruta, rutina y línea de circulación franqueados por formas de habitar, umbrales que delimitan universos que siempre nos enrostran sus caras ciegas e implacables que cuidan la intimidad de los pequeños mundos, esconden el silencio encajonado. Son superficies expuestas que como pizarras mágicas y públicas, contienen y reservan los inagotables trazos de humanidad transeúnte y deambulante al modo de un infinito palimpsesto, mácula y borradura una y otra vez aunque no por ello terminen de desaparecer sus inscripciones porque nada desaparece en una ciudad, además Hay siempre alguien en la calle, y en ella no seremos los primeros ni los últimos. 34 Los muros se nos ofrecen seductores en el anunciar lo que velan como secreto al tiempo que sellan la posibilidad de la mirada que rebota como un frontón que elabora y encripta su propia narración y nos devuelve a la senda de un recorrido encajonado hacia una llegada sin desvío posible. Paredes de carne y calidez que como el tétanos que vive tras el óxido, ahí, donde ya no hay aire. Hay que detenerse a contemplar esa página, recorrer la piel con la mirada, tocar y escuchar los múltiples hilos de su relato. ¿Es posible escuchar lo que se susurra del otro lado? En toda calle recorrida y por recorrer podemos imaginar la calidez de un destello de luz que se asoma por una ventana, eso que no podemos experimentar sino sólo en la distancia del no poseer y del deseo. Cuando Bachelard se deja arrastrar por la embriaguez de las inversiones entre el sueño y la realidad nos entrega esta imagen: la casa lejana y su luz es 34. Sergio Rojas, Desde la calle no se ve la ciudad , En “Las Obras y sus relatos”, Ed. ARCIS, 2004.

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