Escuelas de Arte, Campo Universitario y Formación Artística
85 una atrofia a nivel de los presupuestos económicos y de financiación. Nunca la impertinencia ha sido más cruelmente castigada en términos monetarios. En la escena académica artística son las formas las que han sido violadas. La enseñanza artística ya no sería mirada como un saber. Los alumnos descreen de dicho saber, excepto si este viene de alguien “acreditado” a nivel público y social. No es el caso de la mayoría de los profesores de arte. El filósofo francés, Vincent Descombes, refiriéndose a mayo del 68, escribió lo siguiente: “La primera víctima del tumulto era el hombre que profesaba un saber que se funda en la autoridad de su competencia: el profesor cuya palabra es un monólogo , en la medida en que solo deja a su oyente una posibilidad, la del diálogo ; en otras palabras, indicar si ha entendido, es decir, hacer de vez en cuando alguna pregunta, a condición de que esta pregunta sea pertinente ”. Con esto se asiste a la imposibilidad del diálogo, y de las preguntas pertinentes. Es cierto: han pasado más de cuatro décadas de dichas primitivas infracciones a la autoridad. Pero también se han producido inevitables fracturas en la lengua del saber. Distinto a lo ocurrido en las ciencias. La crítica y la duda, desarrolladas antes del fenómeno de mayo del 68 podían todavía sostener la dialéctica (aunque sea monológica) del diálogo. “En este universo del diálogo –insiste Descombes– podemos ponerlo todo en duda, a condición de hacerlo en las formas requeridas, con ‘expresiones bien formadas’ en la lengua del saber”. XIV Ahora bien, si las formas son cuestionadas junto a las autoridades que las encarnan, ¿cuáles serían, entonces, los protocolos académicos que debieran regir la actual enseñanza de arte? La deslegitimación del cuerpo docente supone la correspondiente pérdida de validez de los agentes que traman el circuito profesional artístico. Por lo menos, en sus aspectos académicos. En el desarrollo profesional del arte, el diálogo y las “expresiones bien formadas” en la lengua del saber no importan mucho; valen más, las movidas y oportunidades prometidas por los agentes culturales liberados de las pesanteces de un saber acreditado en términos universitarios. Entonces, la enseñanza de arte debiera orientarse hacia la gestión cultural; preparar artistas altamente profesionalizados. Artistas dispuestos a convertirse –como quería Eugenio Dittborn– en comandos del arte. Es decir, artistas no distintos a aquellos formados bajo el régimen de la ingeniería o la medicina. Necesarios en términos sociales. La pregunta ahora es la siguiente: si queremos esta clase de profesionalización para la enseñanza de arte a nivel local. Guillermo Machuca
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