Escuelas de Arte, Campo Universitario y Formación Artística

81 que piensan muchos alumnos de arte, para los cuales la oferta universitaria debiera parecerse a una especie de “menú culinario”. “Sólo estudio lo que me gusta o parece gustar; el resto no me interesa” (como un restaurante: no me interesan las legumbres, pero sí las pastas). VI Como carrera universitaria, la enseñanza de arte no debiera ser entendida como algo distinto, exclusivo, incomparable con cualquier carrera existente a nivel superior. La formación artística está estrechamente ligada al compromiso y la vocación. Por tanto, debiera ser comprendida como una formación y construcción exigente; como algo que se asume de manera rayana a lo sacerdotal. En este sentido, resulta oportuno resaltar lo que ha insistido el artista local Eugenio Dittborn (en relación con la formación de un artista de Magíster): la enseñanza de arte –sobre todo a nivel de posgrado– no se distingue de la formación de un comando de ejército. La única diferencia entre estudiar arte y una carrera tradicional, como ingeniería o medicina, consiste en que estas últimas guardan su rendimiento (aunque en muchos casos prime el compromiso vocacional) en cuestiones asociadas al prestigio o al beneficio económico y laboral. Entonces ¿a qué se debe que muchos estudiantes de arte –y de humanidades, en general– manifiesten una preocupante falta de prolijidad, de disciplina, de respeto por los protocolos propios de una formación universitaria? He escuchado a profesores de literatura quejarse de tener alumnos que les han confesado que no les gusta ni leer ni escribir. VII Otra anécdota, ahora proveniente de un alumno de arte. Luego de revisar un texto para postular al título de artista pintor, el referido alumno, luego de escuchar mis reproches y críticas a su paupérrima escritura, me espetó soberbiamente lo siguiente: “¡Pero si en esta escuela a uno no le enseñan a escribir!”. Frente a esto, le contesté lo siguiente: “A mí tampoco me enseñaron a escribir. Lo tuve que hacer por mi cuenta”. El alumno, haciendo caso omiso a mi declaración, insistió apelando a una razón de tipo comercial y económica: “¡Pero si estoy pagando para que me enseñen a escribir!”. Se trata, en síntesis, de una anécdota que pese a su jocosidad sirve de ejemplo ilustrativo de una clase de construcción allende a los Guillermo Machuca

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