Escuelas de Arte, Campo Universitario y Formación Artística
76 la revolución estética viera reflejado su ideario en un espejo penumbroso: ahora que lo que queda del arte transcurre en el involuntario desamparo de las calles, se requiere de un aulario que acuda a protegerlo. Pero es tarde, el aulario ya no existe, o está repleto de estudiantes de “labores” y pedregosos interventores. Que las nuevas prácticas artísticas no hallaran en ese lugar un espacio en el que difundirse no privó sin embargo a la crítica y a la producción visual de una inmediata renovación de sus idiomas. Los años de la Avanzada funcionaron como un laboratorio en el que el desplazamiento visual fue la forma clandestina de la producción y el ensayo, gestándose así, por el inesperado vaivén de las cosas, una relación inédita entre obra y discurso, entre crítica y performance. René Char, amigo de frases ácidas y anguladas, solía decir que “incluso el poeta confiesa mejor bajo la tortura”. Es probable que debamos a los poetas visuales de aquellos años la última estocada a lo que hasta entonces navegaba plácidamente en el conservatorio de la “escena plástica”. La expresión dejó de utilizarse, recibió su desuso. En cuanto a la estocada, esta engendró un monstruo de varias cabezas que desordenó los idiomas clásicos del arte y atribuyó a esos ejercicios un nuevo ímpetu reflexivo. Si durante los años ochenta y noventa el “arte de perder” fue la única manera de entrar en sintonía con el trauma, convirtiéndolo de paso en una divisa o un móvil de las primeras exportaciones de obra, durante los años que siguieron no tardaron los artistas más jóvenes en hacer su duelo y convertirse en forjadores de sus carreras. Rápidamente la idea de un arte que se transformaría en vida se transformó en una vida que empezó a querer vivir del arte. No es raro que sea a esta demanda a lo que la proliferación y multiplicación de las carreras artísticas en Chile comenzaron de pronto a responder. Nuevos planes y programas empezaron a confeccionarse atendiendo especialmente a una demanda heterogénea de profesionalización de la carrera artística, convertida de repente, por delante de los premios, las residencias, las bienales o la representación de un marchand , en el dispositivo fundamental de habilitación y legitimación. Nadie puede actualmente, a diferencia de lo que sucedía dos o tres décadas atrás, decirse a sí mismo “artista visual” si no ha cursado previamente alguna carrera que lo habilite al respecto. Lo que con esto se ha modificado es el estatuto mismo de la reflexión, que de ser una necesidad política inherente a la revolución estética se convirtió en una “presión” de la formación académica. No es desconocido para nadie que esté vinculado al campo del arte el hecho de que los planes y programas de las nuevas Arte, Universidad y Crítica. Elementos para un debate en el Chile de las últimas tres décadas
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