Escuelas de Arte, Campo Universitario y Formación Artística

75 era así en la medida en que su voluntad de novum no era solo con la institución arte o con la institución museo con lo que debía acabar, pues incluía lógicamente en su vorágine el sentido mismo de la formación. Esta crítica del arte como profesión se dejó adivinar en este país no solo en las múltiples diatribas dirigidas por la época al Museo Nacional de Bellas Artes sino también, como consta en los procesos que precedieron a la reforma universitaria del 68, en las cada vez más habituales ferias callejeras, en la paulatina asociación de artistas con las brigadas muralistas o la entrega de obras al edificio de la UNCTAD III a cambio de salarios similares a los de los obreros o los albañiles. Universidad o licenciatura eran los nombres para la interrupción del artista como “asalariado cultural”. El arte de la época localizaba en la universidad la isla de las calles. Por eso el saber áulico era apenas un lugar por el que el artista deambulaba, incrementando el honor a base de diferir ese raro título nobiliario. Dicho en breve: la ampliación de la destreza artística era inversamente proporcional al grado académico obtenido. Se sabe que los años que siguieron a la ilusión de esa supresión del arte autónomo se desplegaron como su cumplimiento o consumación inesperada. Los centros de formación artística sufrieron, sobre todo en el caso de la Facultad de Artes de la Universidad de Chile, un brutal desmantelamiento, que incluyó el exilio, el destierro o la exoneración de sus principales protagonistas. El programa de desacademización de la enseñanza artística, que tenía su punta de ovillo en la revolución estética, halló su dato atípico en la emergencia de unas prácticas que crecieron en el desamparo. Nelly Richard dio título a ese desamparo en un libro célebre, Márgenes e instituciones : lo bautizó “Escena de Avanzada”. “Escena de Avanzada” fue en realidad el título vicario que tomaron una serie de prácticas visuales privadas repentinamente de los linajes de la última universidad pública que se conoció en Chile. No es nimia la cantidad de voces que rememoran cómo durante esos años los espacios de la formación artística se convirtieron en cuescos de un sistema universitario que obraba por acumulación de prácticas y nobles ejercicios de disidencia. El trabajo artístico forjado en aulas de las que las obras pujaban por salir, logró lo que quería, estar en las calles, pero cuando eso ocurrió las calles eran ya una pesadilla. Estaban llenas de humo y horror; no eran los movimientos colectivos sino los uniformados quienes hacían las piras o quemaban neumáticos, soltando el vapor que licuaba las imágenes de la época y que están ya en la memoria de todos. El destiempo operado por el golpe hizo que Federico Galende

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