Escuelas de Arte, Campo Universitario y Formación Artística
49 Los defensores del “arte nuevo”, como se llamó entonces, cuestionaron incluso la pertinencia de formar artistas (que era un credo prácticamente inalterado desde la fundación de la Academia), ya que no creían en “recetas” a la hora de crear una obra ni tampoco en la autoridad indiscutible de los maestros o los modelos tradicionales. Al contrario, defendían la libertad creativa que propugnaban las vanguardias. Si en el siglo XIX se había buscado la constitución de una esfera institucional autónoma para el arte (con sus propios profesionales, espacios, valores y autoridades), ahora se sostenía la autonomía del artista en relación con cualquier regla o dictado de la tradición, así como la autonomía de la obra respecto de cualquier referente externo. Por cierto que los artistas que desafiaban la institucionalidad existente tampoco proponían –al menos explícitamente– reproducir lo que hacían los nuevos movimientos europeos, sino que promovían el camino de la experimentación como aquel que podía conducir hacia un arte propio. Asimismo, rechazaron los diversos estilos académicos que habían caracterizado a la producción de la Escuela de Bellas Artes, en la medida que rechazaban la anécdota, la narrativa, la representación clásica y, en general, todo lo que consideraron elementos exógenos a la obra de arte. La polémica entre los partidarios del arte académico y quienes buscaban nuevas soluciones plásticas alcanzaría uno de sus puntos álgidos con el Salón Oficial de 1928. Los sectores más tradicionales del campo artístico atacaron duramente el certamen, pues evidenciaba –para ellos– la incorporación del “ultramodernismo” en los ejercicios de la Escuela de Bellas Artes, lo que se interpretó como señal de “decadencia” y como una traición al espíritu nacionalista de la reforma de 1927. A fines de 1928, el Ministro de Hacienda e Instrucción Pública, Pablo Ramírez, decidió clausurar por tres años la Escuela de Bellas Artes –y “afrontar de una vez en forma definitiva” su “mejoramiento”– para destinar su presupuesto de 1929 al envío de un grupo de profesores y alumnos a perfeccionar sus estudios en Europa, especialmente en la rama de las artes aplicadas. De este modo, se ponía fin a la reforma que desde 1927 impulsaba Isamitt y cuyos frutos recién comenzaban a verse. Sin duda, esta decisión constituyó la intervención más radical que recibió la Escuela de Bellas Artes de parte del aparato estatal desde su inauguración en 1849. Claudio Guerrero - Kaliuska Santibáñez
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