Escuelas de Arte, Campo Universitario y Formación Artística

203 En el contexto de esta convocatoria para escribir sobre educación artística en Chile, no dejo de preguntarme qué cantidad de autonomía y educación colaborativa podemos encontrar como transferencia de experiencias en el contexto de las universidades chilenas que forman a los artistas. ¿Alguien sigue creyendo aún que los saberes y el conocimiento están alojados únicamente o preferentemente en las universidades? ¿Pensamos que hay otros lugares donde se activan y distribuyen conocimientos y experiencias emancipadoras? ¿Dónde están situadas? ¿Se trata de territorios definidos y estructurados, identificables y posibles de contaminar con la experiencia cotidiana? Sin duda que la producción de arte y pensamiento contemporáneo se relaciona estrechamente con sus orígenes y memorias inscritas en cada una de sus prácticas cotidianas. Todos estos debates que han involucrado al arte y la educación deben localizarse en sus lugares de desarrollo. Es por esta razón que las referencias ligadas al campo de pensamiento desarrollado en otros contextos al margen de la práctica artística –donde las historias son diferentes y afectadas por acontecimientos distintos– pueden servirnos de punto de partida. Las respuestas a cada una de las preguntas enunciadas son parte de una serie de trayectorias de sentidos sobre lo que entendemos como ejercicios de libertad a partir de la transferencia y mediación. En este marco, me referiré a cómo se generan experiencias de trabajo en el contexto de la ciudad que permiten identificar formas de conocimiento local y activarlas hacia el territorio de lo artístico. Hay que reconocer en un principio que la educación formal universitaria se entiende como aquella donde está depositado el saber y donde además dicho saber se transfiere. Los agentes involucrados – docentes y estudiantes– mantienen relaciones intermitentes de ida y vuelta de sus experiencias de enseñanza y aprendizaje. Pero hay instancias de aprendizaje que no alcanzan a registrarse en aquellas relaciones más bien verticales del “maestro” y “aprendiz”. Hay algo que no alcanzamos a percibir activamente en la enseñanza formal que pretenda dotar de herramientas de autonomía. Y tal vez se deba a que hay tradiciones que deben continuarse y que legitimen lo que se continúa transmitiendo de manera segura. El problema podría ser que la capacidad de disenso no tiene lugar en instancias verticales y, por ello, deben existir instancias extrainstitucionales que puedan dotar de espacios intermedios de agenciamiento de conocimientos y experiencias porque sus metodologías proponen dislocar la manera tradicional de aprendizaje, sugiriendo modos de hacer asentados en la radicalidad de pensamiento y prácticas. Paulina Varas

RkJQdWJsaXNoZXIy Mzc3MTg=