Escuelas de Arte, Campo Universitario y Formación Artística
171 manera de los de Nestorio y Cirilo. Esto quizá se deba a que en las humanidades, las artes y las ciencias muchas veces la trayectoria define a la disciplina y no al revés. No todo quien estudia arte llegará a ser artista, de igual forma no todo el que estudia ciencias por consecuencia se puede nominar científico. Evidentemente, existe un recorrido de vida que en la acumulación de heridas de batalla y una que otra condecoración, hace al sujeto merecedor de personificar la disciplina a la que ha dedicado gran parte de su trabajo. Desde mi perspectiva, las categorías “artista plástico” y “licenciado en arte” cumplen un rol diferenciador de un conjunto de procesos que apelan a una tradición, es decir, a una trayectoria en donde ambas se inscriben muchas veces antagonizando. En concordancia con lo anterior, el valor de estas categorías no radica tanto en su consolidación o coherencia, sino más bien en la pugna a la que permanentemente asistimos cuando debemos elegir la más adecuada para quien adscribe a un proceso de formación artística formal. Mientras que la categoría de “artista plástico” nos remite al prototipo de “creador” como sinónimo de la capacidad transformadora de la naturaleza mediante la inventio , descrito en disciplinas tanto científicas como artísticas y posteriormente elevado a una razón mística durante el Romanticismo; el “licenciado” se forma como producto de la masificación de los sistemas educativos en tiempos del despotismo ilustrado, en donde la academia pasó a ser a su vez reproductora y celadora del conocimiento que cada vez exigía ser auscultado, separado y clasificado. De aquí en adelante nos encontramos con dos trayectorias que en nuestros días parecieran ser la consecuencia lógica de los procesos que ha tenido nuestra cultura occidental, desde el deterioro de las formas medievales de sindicatos de artesanos, hasta la aparición del concepto de artista moderno ponderado por el mercado del conocimiento y la especulación. Sin embargo, considerando los procesos de decaimiento y cuestionamiento a la formación académica clásica que dio paso a los movimientos de vanguardia de principios de siglo XX, la persistencia de una diferenciación entre estas categorías conlleva matices dogmáticos. Esto se agudiza aún más si la discusión se emplaza al interior de las escuelas de arte, en donde se da por sentado que todos quienes discuten son licenciados, o que al menos persiguen un grado académico. Ante la obviedad de lo ya descrito, cabe preguntarse ¿qué significan estas dos distinciones al interior de la universidad? Como tesis explicativa adhiero a que las definiciones Abelardo León Donoso
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