Escuelas de Arte, Campo Universitario y Formación Artística

142 arte” fue vivida como un padecimiento negativo, como una carencia y una pérdida de la necesaria autonomía que debía tener la producción artística para desmontar las ideologías, los signos del poder y de la cultura –teoría que estaría en la base de la Escena de Avanzada–. Aquellas operaciones que se circunscribieron a lo que Nelly Richard denominó “auto-censura” fueron, paulatinamente, pasando a gestos irónicos, sarcásticos y mordaces del mundo social, pero cada vez más y más herméticos a nivel conceptual, procedimental como también a nivel de recepción con el espectador. A partir de esta observación me parece percibir dos líneas en el arte chileno actual: una que, desprejuicidada para con la relación entre arte y política, está dispuesta a volcarse a los cánticos y procesiones de las marchas del movimiento estudiantil y otra que, también sin prejuicios, propaga un formalismo cándido y gozoso, vinculado con el diseño, la moda, la televisión, los medios virtuales y la industria del espectáculo. Ambas líneas, y esto es aún más curioso, no parecen sentir ningún reparo la una de la otra. Se complementan sin pudor ni rencor. Las dos líneas comparten una suerte de candidez e inocencia, difícil de comprender, que las vuelve inmunes a los largos y densos debates relacionados con la defensa de un terreno autónomo para ejercer la crítica hacia la realidad (en el caso de todo el arte heredero de la Escena de Avanzada), como también a las caras largas y penosas hacia toda la producción que elige contaminarse y mezclarse sin miedo con el espectáculo, la televisión, la cultura del consumo, los mass media y tantas otras características de la sociedad actual. Lo que ambas líneas ponen en evidencia es un desfase teórico generacional a nivel de reflexión sobre arte; aquellas premisas que son tan bien defendidas al interior del mundo universitario carecen de repercusión real a nivel de la producción artística. Ningún artista egresado actual padece por la “estetización de la política” o la “politización del arte”, por decirlo en la archicitada frase de Walter Benjamin. Las obras no son desvíos de la sociedad del consumo (Vostell) ni menos críticas del espectáculo (Debord). En cierta medida, esto puede explicar el infinito silencio de aquellos actores teóricos que habían sido cruciales para las décadas del ochenta y noventa –Nelly Richard, Pablo Oyarzún, Ronald Kay, Adriana Valdés, Carlos Pérez Villalobos, Federico Galende, Willy Thayer, Gonzalo Arqueros– dejando un largo vacío interpretativo a nivel de la producción artística Paradojas en el arte joven chileno

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