Escuelas de Arte, Campo Universitario y Formación Artística
119 choque entre el verbo y la imagen, donde uno supeditaría al otro y viceversa, como telón de fondo teleológico de nuestra historia del arte. Me temo que menos heroico, y de manera bastante más prosaica, este falso conflicto está instalado desde el asignaturismo imperante en nuestras universidades actuales, las que como bien sabemos fundamentan su supervivencia en acreditadoras competencias y perfiles marcados desde el medio externo. Ello ha ido obliterando un hecho muy simple respecto de las limitaciones de legitimación que, en ese contexto, tiene el sistema educativo: ser artista no es una condición, es una práctica. Es decir alcanzar a tener la condición de artista, necesariamente supone su vinculación anacrónica con el verbo o con la imagen, en momentos en que el hecho de que “la pintura sea como la poesía”, como decía Horacio, no le importa a muchos. Excepto a los pintores y los poetas, claro está, pero esos no son nuestro tema en esta vuelta. Para ser coherentes con las necesidades de actualización de la enseñanza superior en artes y el aporte que pudiera hacer una política pública sectorial en este proceso, deberíamos partir por desplazar esta suerte de costumbre bíblica que se concentra en desarrollar talentos que suponen la condición teleológica del artista como creador. Es muy plausible que en otras especialidades artísticas esto sea muy vigente y hasta necesario, sobre todo en las artes –como la música o el teatro– en donde desde su origen está planteada la disociación con el intérprete. Ahí debe haber un creador. Mejor si están las dos condiciones en uno. Ahí debe de haber un genio. En las artes visuales, y sobre todo en su práctica contemporánea, esto no es muy viable, como lo ha demostrado el estado de su debate al día de hoy, por lo que el primer momento metodológico para instalar una propuesta en este tópico supone problematizar esta condición. 3. Condición, roles y posiciones La historia de la enseñanza artística en la época moderna nos ha dejado una herencia que obligadamente asociamos con la Academia aparecida a mediados del siglo XVII. Esta sería sumariamente un cuerpo colegiado de artistas que, en su José de Nordenflycht
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