Resistencias: Foro de las Artes 2020

89 * catalina donoso r e s i s t e n c i a s d o m é s t i c a s : r e f l e x i o n e s e n t o r n o a u n a c a s a e x p a n d i d a menos entiendo lo que pasa en el país. Una persona aplaude al otro lado de la vereda volviendo el instante una suerte de interrupción del transcurrir citadino y luego la vida de barrio retoma su curso. Comienzo con estos dos recuerdos porque resuenan en mí, uno como mi primer encuentro con la idea de resistencia en cuanto concepto (y su encarnación en un signo reconocible a una edad en que las letras eran todavía cuerpos), aun cuando todavía no pudiera entenderlo del todo; y el otro como acto de resistencia mínimo que implica un gesto corporal acotado pero que impacta en mi memoria por su convicción y espontaneidad. El brazo de mi papá levantado en el aire para rasgar el papel y en ese movimiento generar el curso inverso del mismo (mano y papel en un viaje hacia abajo) es una ilustración específica de los cuer- pos manifestándose espontáneamente en el espacio público. La persona que aplaude genera un continuo en ese diálogo corporal que atraviesa la calle sostenido por la vibración sonora de su aplauso. Es una danza que casi como comienza termina, que invade brevemente el tránsito del afuera y luego se apaga. Al leer hacia atrás el primer recuerdo de la R encerrada en un círculo, no puedo evitar pensar en el gesto apurado y urgente de esa mano que marca la pared en tiempos de represión extrema y luego se aleja asegurándose de no ser identificada. Ese otro movimiento sigue impregnado en el signo plasmado en el muro y por supuesto ahora también en mi recuerdo. Ambas imágenes del pasado implican además una salida del espacio protegido de la casa a la vez que siguen definidos por sus contornos. “La calle de mi casa”, “la esquina de mi casa”, son modos de marcar el afuera sin necesariamente abandonar del todo la vida en el interior. Comenzar con estos dos recuerdos gemelos me permite asomarme al tema de las memorias y las resistencias, que es el que pone en marcha este texto, desde un ángulo particular. Por una parte, la idea del cuerpo como habitáculo de una resistencia ejercida desde el gesto más autén- tico y básico, una reacción al poder que se instituye en aquellas coreo- grafías mínimas expuestas en el terreno de lo público, pero ejecutadas desde el espacio más íntimo que poseemos, esa suerte de límite entre el adentro y el afuera, que es también poroso y fluido. Un cuerpo que se va constituyendo en tanto performatividad de aquello que somos/quere- mos ser/se nos impone ser. Por otra, las dos situaciones referidas como recuerdos de mi propia infancia son a la vez parte del gran repertorio de experiencias individuales que conforman una memoria no pactada,

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