Cambio climático y desastres naturales : acciones claves para enfrentar las catástrofes en Chile

15 El riesgo aluvional es propio de nuestro país y de su estructura geográfica. Se ha acentuado por la existencia de “lluvias cáli- das”, habitualmente intensas y fuera de temporadas tradicio- nales, y se han producido en muchos territorios y quebradas, de las que no había eventos recientes. Así ocurrió en marzo de 2015, en Atacama (quebradas y cursos de ríos en Chañaral, Copiapó y Alto del Carmen), como consecuencia de una llu- via con isoterma particularmente baja, que provocó sucesivos aluviones con fatales consecuencias. Estos torrentes de gran vo- lumen y velocidad de agua y material montañoso, generaron inundaciones enormes, pérdidas muy grandes en infraestructu- ra, redes viales en los asentamientos humanos por donde tran- sitaron las riadas de cordillera a mar. En el valle de Copiapó no había antecedentes de un fenómeno de esta magnitud y carac- terísticas en las últimas décadas. Colapsaron las ciudades y los asentamientos humanos y se resintió fuertemente la actividad minera, las faenas agrícolas, los servicios y la actividad comer- cial. El fenómeno se dio también hacia el norte en Antofagasta y particularmente en Taltal y hacia la región de Coquimbo en el valle de Vicuña Alto. Con el precedente del aluvión de 1991 en Antofagasta se di- señaron y construyeron obras de contención aluvional y disi- padoras de energía, lo que impidió la destrucción de Taltal en 2015, y mitigó fuertemente el fenómeno en Antofagasta y en Tocopilla. Con características menores, pero siempre de alta gravedad para la población y las actividades productivas, este fenómeno se ha producido anualmente en las mismas zonas de la región de Atacama, en Tocopilla y en Iquique y Arica, con ocasión de los inviernos altiplánicos que han adquirido un ma- yor nivel destructivo. La zona precordillerana del Gran Santiago presenta particu- lares riesgos aluvionales y afectaciones recurrentes para las fuentes de provisión de agua potable para la ciudad. En conse- cuencia, el riesgo aluvional chileno está muy presente, sin que aún se hayan completado las complejas y costosas inversiones mitigatorias. Recién tenemos obras en quebradas claves y de alta peligrosidad, por aproximadamente un tercio de las reque- ridas; mantenemos muchos proyectos en diseños básicos y con- tamos con recursos de inversión muy limitados. En Antofagasta y en Taltal se están completando obras de control aluvional en sus quebradas principales y en la región metropolitana recién están instalándose sistemas de respaldo de agua potable para el enfrentamiento de las crisis del abastecimiento seguro. En ninguno de esos casos se ha avanzado en mínimos instrumentos de ordenamiento territorial que definan, con mayor precisión, zonas de riesgo y eviten el poblamiento y la instalación de acti- vidades productivas en dichas zonas. El borde costero del Pacífico se ha visto especialmente amena- zado por el paulatino crecimiento oceánico, afectando conti- nuamente nuestra geografía y las localidades y ciudades cos- teras, como es el notorio caso de Viña del Mar, con zonas de inundación y afectación que han tomado hasta tres cuadras al interior de la ciudad y obligado a paralizar la actividad de transporte en dicho borde costero. Estas marejadas se han ex- tendido profusamente en el conjunto de nuestro borde costero nacional, y el fenómeno en promedio ha revestido especial gra- vedad en no menos de 40 días al año. La precariedad de nues- tra infraestructura de defensas costeras ha quedado expuesta en su cruda realidad. Estos proyectos mitigatorios avanzan aún más limitantes que las inversiones de disipación energética en quebradas, y la mayoría de las zonas de inundación más recu- rrentes, han avanzado sólo en ideas básicas de proyectos.

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