Prácticas pedagógicas en la diversidad: III Coloquio de Danza y Educación

las manos. La vista y el tacto son las vías del conocimiento que desde finales de siglo XV, proclaman los anatomistas, siguiendo el ejem - plo de galeno, como fundamentos de la nueva ciencia que pretenden establecer” (Le Breton, 2006, p.315). La filosofía cartesiana durante el desarrollo del Renacimiento y la burguesía –junto con la pro - liferación de los intereses privados que dieron paso al capitalismo como único sistema eco - nómico/cultural-, añadiendo los estudios de la anatomía por disección (practicada desde finales de la Edad Media en Europa), cons - truyeron una visión individualista del cuerpo, transformándolo en una frontera con el Otro, donde impera la razón, que deja afuera a las mujeres -hasta el día de hoy- de los espacios de conocimientos y creaciones, al ser consi - deradas seres con capacidad inferior, lejanas a lo racional: “Son sólo los varones los que han sido creados directamente de los dioses y reci- ben el alma. Aquellos que viven honradamen- te retornan a las estrellas, pero aquellos que son cobardes o viven sin justicia pueden haber adquirido, con razón, la naturaleza de la mujer en su segunda generación” (Platón, 427-327 BC) . Y continúa Aristóteles: “La hembra, ya que es deficiente en calor natural, es incapaz de preparar su fluido menstrual al punto del refinamiento, en el cual se convierte en semen (es decir, semilla). Por lo tanto, su única con - tribución al embrión es su materia, un campo en el cual pueda crecer. Su incapacidad para producir semen es su deficiencia” (Aristóteles, 384-322 BC). Este imperante que negaba de todo derecho a la mujer alimentó el pensa - miento en la Edad Media y luego el del Renaci - miento, dando paso al pensamiento moderno que se vio fortalecido con esas nociones dua - les y fálicas: “El dualismo cartesiano prolonga el dualismo de Vesalio. Tanto en uno como en otro se manifiesta una preocupación por el cuerpo descentrado del sujeto al que le presta su con - sistencia y su rostro. El cuerpo es visto como un accesorio de la persona, se desliza hacia el registro de poseer, deja de ser indisociable de la presencia humana. La unidad de la persona se rompe y esta fractura designa al cuerpo como a una realidad accidental, indigna de pensamien - to. El hombre de Descartes es un collage en el que conviven un alma que adquiere sentido al pensar y un cuerpo, o más bien una máquina corporal, reductible solo a una extensión” (Le Breton, 2006, p.69). Esta tradición moderna ha prolongado una vi - sión de cuerpo ajeno al sujeto que lo habita, como si fuese algo que tiene y no algo que es. Una materia intangible dispuesta a ser instrui - da y adoctrinada por múltiples intereses que genera una marginación del sujeto consigo mismo y deja al cuerpo de la mujer expuesto a esas políticas. “El hombre occidental tiene, en la actualidad, el sentimiento de que el cuerpo es, de alguna manera, algo diferente a él, de que lo posee como a un objeto muy especial, por supuesto más íntimo que lo demás” (Le Bretón, 2006,p.97). La modernidad comenzó con este racionalis - mo que marca tajantemente la dualidad entre cuerpo y mente, conceptualizando de forma mecanicista al cuerpo: “Desde el siglo XVII se inicia una ruptura con el cuerpo en las so- ciedades occidentales: su posición a título de objeto entre otros objetos, sin una dignidad particular, el recurso común a partir de esa época, a la metáfora mecánica para explicarlo, las disciplinas, las prótesis correctoras que se multiplican (…) por supuesto subyace: abolir el cuerpo, borrarlo pura y simplemente; nostal - gia de una condición humana que no le debe - ría nada al cuerpo, lugar de la caída”(Le Bre - tón, 2006,p.80). Esta concepción que reduce al cuerpo genera el escenario desde donde parte 34

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