Virus y sociedad : hacer de la tragedia social, una oportunidad de cambios
33 Ensayos sobre la pandemia por COVID-19 te en Europa, contagiaron a sus trabajadores/ as y esparcieron la infección por las ciudades desiguales, con zonas de alto nivel de hacina- miento y profundamente conectadas, lo cual ocurrió con particular velocidad en la región metropolitana de nuestro país, produciendo a la fecha casi medio millón de contagiados y dieci- siete miel fallecidos/as. La red de salud acogió a los contagiados, de peor o mejor forma, muchos fallecieron en sus domicilios, en las residencias de adultos mayores, en las cárceles e incluso en las calles. Intentaron ocultar o maquillar las estadísticas y aun cuando la capacidad de la red de atención permitió cumplir parte sustan- tiva de la promesa, el problema mayor es lo que no se comprometió, cortar la cadena de conta- gios, impedir la diseminación de la enfermedad y evitar las muertes. La primera gran ola de contagios, en sus diver- sas manifestaciones territoriales, deja una este- la de fracaso sustantivo en la prevención de la incidencia de los contagios y desde ahí sus consecuencias en relación al número de falleci- dos. Nunca la norma de la evaluación podría ser la mortalidad o la letalidad, estas serían bajas en casi cualquier escenario. Es su capacidad de diseminación y la gran disposición de perso- nas susceptibles lo que explica su relevancia y magnitud para la salud del colectivo y por tanto la medida de su impacto poblacional. Esto no desconoce el enorme esfuerzo y movilización de los equipos de salud en sus diversos niveles, que repone en la narrativa pública el valor del aparato sanitario estatal, pero esto no ha sido suficiente para impedir parte significativa de la tragedia y la muerte de miles de personas. Una vez instalada la epidemia en sectores empobre- cidos esta no respondió significativamente a las medidas de cuarentena y esta última fue un imposible para muchos/as desde el principio o se transformó en aquello dada su larga exten- sión en el tiempo. En el fondo, para quienes les tocó conducir desde la institucionalidad sani- taria la respuesta a la epidemia, esta fue consi- derada como un amenaza para la vida, pero la vida de todos/as no fue considerada ni valora- da de la misma forma. Si lo que importa es la salud de la población, el respeto y cuidado de su vida, sus sufrimien- tos e incertidumbres, sus sueños e identidades, entonces las medidas del cuidado debieron asegurar sus condiciones de dignidad, incor- porar a la ciudadanía en las decisiones ─ demo- cratizando y territorializando la gestión de la epidemia─ además de asegurar la identificación pronta de los casos, trazando con detalle su trayectoria de contagio y aislando efectiva- mente a los casos y sus contactos. Tampoco resulta razonable ignorar el momento de satu- ración histórica que vive la sociedad chilena, donde el cúmulo de frustraciones y deseos colectivos no conducidos por la administra- ción política ─ receptora de la desconfianza y el descrédito ciudadano,─ se desbordan por las calles del país. La salud pública y sus medidas, no pueden estar ajenas a los fenómenos socia- les que le dan contexto, no puede plantearse medidas universales que no dialoguen con las características socioculturales de los pueblos, con sus necesidades, posibilidades y deseos de transformación. Las medidas y los planes del gobierno central, no han tenido como objetivo central la salud de la población, sus objetivos principales están alineados con los intereses del capital y con la gobernabilidad. Han usado la epidemia para controlar el disenso, las cuarentenas han sido tardías y porosas, y por tanto se han prolonga- do excesivamente en el tiempo sin lograr sus objetivos. La incipiente estrategia de trazabili- dad y aislamiento es insuficiente y los recursos
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