Virus y sociedad : hacer de la tragedia social, una oportunidad de cambios
22 VIRUS Y SOCIEDAD: HACER DE LA TRAGEDIA SOCIAL, UNA OPORTUNIDAD DE CAMBIOS de generación. Sigue siendo escandaloso el retraso que ha tenido la autoridad sanitaria para hacer una búsqueda activa de conta- gio en las miles de instituciones autorizadas y clandestinas que cobijan ancianos; lo mismo sucede con las condiciones en que sobrevi- ven personas mayores en hogares pobres, en cités, abandonados y enfermos, con patologías crónicas; algunas alcaldías hacen esfuerzos en esta dirección pero con recursos que son insu- ficientes y discontinuos. A medida que avance la crisis sanitaria por la pandemia y las camas críticas ya no den abasto, serán los ancianos el foco más dramático del conflicto deontológico asociado a la llamada “última cama”; como ya ha sucedido en los países del primer mundo, siguiendo el camino de una bioética dudosa, esta última cama no será para ellos; detrás de esta (i)rracionalidad está una vez más un cierto economicismo, aquel que protege la estabili- dad de la fuerza de trabajo en beneficio de la producción de plusvalía (Habermas, 2020). La salud mental y la salud en general de la tercera edad tienen un solo camino futuro: la reorien- tación de las políticas públicas actuales hacia un enfoque integral, de tipo intersectorial, que proteja la dignidad y los derechos humanos de las personas mayores de nuestro país, con base en un modelo de salud solidario y fundado en los derechos sociales. Personas con trastornos mentales y discapa- cidad: Las personas que padecen trastornos psiquiátricos mayores y discapacitantes cons- tituyen otro sector marginalizado del sistema. Con estudios incompletos, con familias disfun- cionales o precarizadas, cesantes crónicos, sin el respaldo de políticas de Estado que les garanticen oportunidades de trabajo, con pensiones de discapacidad que los ponen en línea de extrema pobreza, con carencias afec- tivas múltiples, muchas veces sometidos a esquemas psicofarmacológicos que agregan nuevas morbilidades provenientes de efectos indeseables de sus medicamentos, afectados por el estigma social y la discriminación que impiden su integración social plena y los deja prisioneros casi eternos de procesos terapéuti- cos provenientes de las disciplinas del mundo “psi”, etc. La pandemia es para ellos un comple- jo desafío de adaptación toda vez que tanto la propia sintomatología como los efectos de los psicofármacos sobre los procesos cognitivos les limitan para visualizar los riesgos epidémicos y para llevar a cabo correctamente las medidas de autocuidado; esto se agrava por el hecho que están suspendidas las atenciones clínicas presenciales y todas las actividades terapéu- ticas grupales y de taller que podrían contri- buir a empoderarlos frente a la pandemia. Las personas con padecimientos mentales quedan parcialmente invisibilizados en esta urgencia sanitaria, desplazados hacia un escenario en el que se subvalora el impacto del contagio y la enfermedad viral en cuanto experiencia perso- nal del sujeto sufriente. Un ejemplo dramático: los discriminatorios requisitos de exclusión para el ingreso a residencias sanitarias de personas contagiadas por COVID-19, que exigen ausen- cia de problemas de salud mental y psiquiátri- cos (MINSAL, 2020). Se sigue la lógica histórica utilizada por la sociedad moderna contra la locura y la enfermedad mental: se trata de una subcategoría errática de lo humano. El mode- lo comunitario en salud mental aplicado hoy por la red nacional sostiene una batalla contra estos efectos discriminatorios de la enferme- dad mental en contexto pandémico, con las limitaciones e insuficiencias propias de cons- tituir una perspectiva que está a contrapelo de las políticas neoliberales en salud (Chacón, 2020; Zavala, 2020).
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