Antología Fillke Ketrxan: semillas múltiples

26 Lelikelen N°1 Antología | Fillke Ketrxan: Semillas Múltiples. Asentimos todo al unísono, como tamborcitos de desfile patrio e inmediato se hizo una atmosfera de alegría, me- nos en mí porque, y estas son cosas del corazón o de la envilecida mala cabeza, caí en la razón de que me dolió que la China pudiera bajarse y perderse, tan frágil con su navaja, tan tersa con su tatuaje sin esperanzas y no verla nunca pero nunquita más. Al final, todo ocurrió con el designio puntual de las cosas que uno no quiere que se cumplan. La China me dio las gracias tocándome el hombro y le acercó a Pichula de Pe- rro la botella de pisco, éste la tomó sin agradecer siquiera y bebió buscando con flamígeras ganas la calma de sus ansias. Ella bajó en medio de una nada oscura y lluviosa. La seguí con la mirada mientras la máquina se marchaba y quedó ahí varada tan punkie como era, sola en el mar de la noche en un paradero de desolación que no tenía nombre siquiera. El resto seguimos arriba, modorrocien- tos, reposados porque el viaje había cambiado de ímpetu y era ahora una suave canción de motor en correcta mar- cha que incitaba a cada uno a adentrarse en los más pro- fundo de sus huesos, si hasta la secretaria pudo por fin dar con su zapato y su sosiego. Yo quedé en soledancia, en una oscuridad fría y con una enorme sinfonía de sabo- res en la boca que se iban desvaneciendo lomismo que la sombra de una mujer a la orilla del camino. Ah, y no me pregunten como días después llegué a este hospital sin poder respirar y con mis pulmones florecidos de ortigas espinosas. El doctor no podía explicar lo de mi alta fiebre y mi descomposición en cosas de dos días. Y claro, desde los lejanos páramos de mi terciana, lo escu- ché decir que podría tratarse de esa neumonía nueva que venía llegando por culpa de unos murciélagos chinos. Sa- cando mis últimas ganas les grité con todas las fuerzas que me quedaban de vida, mientras las enfermeras trata- ban de calmarme febril y desquiciado como estaba: