Cuadernos de Beauchef: ciencia, tecnología y cultura : vol. IV Crisis medioambiental y pandemia

Encuentro del Sol 169 Una de esas noches, cuando Luna volvió a pasear por la aldea, se dio cuenta que aquellos círculos de jóvenes, que había visto cuando recién los muchachos se habían marchado, ahora habían crecido y no solo había jóvenes allí, también había hombres y mujeres mayores que, mientras la veían pasar, rogaban a la Luna que les diera un indicio de dónde buscar a los muchachos. Esa noche, antes del amanecer, Luna invocó al Sol contándole lo que había visto. El Sol se conmovió y derritió la nieve que cubría el cerro. Ahí aparecieron los cuerpos de los muchachos, sí, solamente los cuerpos, porque sus almas ya habían volado libres a la eternidad. Aparecieron apenas a unos metros del gran lago que por tantos años había provisto a Buchú de agua. Allí los encontraron los guerreros que, ahora unidos, celebraban —no sin un dejo de tristeza— el hallazgo. Sin embargo, hubo algo más por qué celebrar: el lago había recuperado su nivel de agua y el monstruo había desaparecido. —¿Qué ocurrió?, preguntó Luna al Cóndor cuando éste bajó de la cima. —El monstruo no pudo con tanto amor, replicó el Cóndor. — Trató de impedir que los muchachos se acercaran al lago exhalando su hálito sobre el camino que ellos seguían, pero no comprendió que sus cuerpos no eran necesarios para que ellos lo vencieran. Sí, ellos traían el amor por su tribu y Buchú sintió este amor y lo volcó con fuerza hacia donde estaban los muchachos. Ese amor llegó hasta el monstruo, quien abrió sus fauces para tragárselo; sin embargo, era demasiado y finalmente ¡explotó! Era el momento exacto en que salía el Sol. El amor, allí derramado, se fundió con la nieve, la que, convertida en agua por el Sol, llegó a Buchú. Los muchachos habían devuelto el agua y el amor a su tribu. Habían cumplido su misión y Luna volvió a la profundidad de su bosque. Santiago, 30 de octubre de 2016

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