Cuadernos de Beauchef: ciencia, tecnología y cultura : vol. IV Crisis medioambiental y pandemia
La movilidad después de Zelinsky: reflexiones en tiempos de crisis 125 Para aquellos países que ya han llegado a la fase postransicional se ha acuñado el concepto de “segunda transición demográfica”. Este concepto fue introducido desde Holanda y Bélgica por Lesthaege y Van De Kaa (1986), según habíamos mencionado. La segunda transición demográfica es más explicativa que la anterior y se centra en los temas de fecundidad, estructura de familia y hogares, cohabitación y nupcialidad, entre otros, para cuya explicación se otorga especial importancia a los “nuevos valores” y “nuevos comportamientos” de la población. Concretamente, se enfatiza la irrupción de hogares unipersonales, cohabitación pre y posmatrimonial, retraso en la fecundidad, alta incidencia de esta fuera del matrimonio y altas tasas de divorcio. Ambas teorías de transición demográfica han sido cuestionadas por una nueva: la teoría de la “revolución reproductiva”, la cual sostiene que las anteriores no consideran el carácter sistémico de la población y, particularmente, la característica de los sistemas de mantenerse en el tiempo mediante “inputs” y “outputs” que los renuevan continuamente. En tal sentido, el sistema demográfico habría ido ganando en eficiencia, al necesitar cada vez menos “inputs” (nacimientos) para mantenerse a lo largo del tiempo (mayor esperanza de vida de cada nueva generación) y reducir sus “outputs” (muertes). Sería esto la causa y no la consecuencia de la mayor incorporación de la mujer a la fuerza laboral, ya que, a partir de esta mayor eficiencia reproductiva, la mujer tendría más tiempo para dedicarse a otras funciones productivas. Por otra parte, más que de “envejecimiento” de la población, se debiera hablar de su “rejuvenecimiento”, ya que la juventud de cada generación se prolonga cada vez más, permitiendo así la coexistencia de múltiples generaciones, en la que las generaciones anteriores ayudan a las posteriores en las tareas asociadas con la función reproductiva (cuidado de niños), permitiendo asimismo una incorporación aún mayor de las mujeres en edad reproductiva a la fuerza laboral. En tal sentido, el aumento de la población adulta mayor estaría lejos de ser un problema económico para las sociedades más desarrolladas (MacInnes y Pérez Díaz, 2008). En este punto debemos diferenciar, sin embargo, entre la población adulta mayor que recién se incorpora a esta categoría (aproximadamente 65 a 79 años) y aquélla que ya pertenece a la cuarta edad (80 y más años).
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