La memoria de la educación : historias y obra de galardonados y galardonadas con el Premio Nacional de Educación de Chile

LA MEMORIA DE LA EDUCACIÓN Historias y obra de galardonados y galardonadas con el Premio Nacional de Educación de Chile 72 empresa extremadamente seria y de una trascendencia imponderable, particularmente hoy cuando los medios de comunicación tienen alcances masivos. El uso de laboratorios para fines pedagógicos, de medios y ayudas audiovisuales, de la radio y la televisión exige a los maestros de un sentido muy acusado de su responsabilidad, porque dichos medios le otorgan extremado poder sobre masas humanas cada vez mayores. En consecuencia, no hay aquí un mero transferir de instrumentos creados por la ciencia y las tecnologías modernas al rea de la educación. Hay toda una sutil red de implicancias sicológicas, sociales y éticas, que exigen al pedagogo moderno un nivel científico muy alto si es que tiene cabal conciencia de su responsabilidad. Es, como lo se aló Spengler, el problema del manejo pedagógico de la técnica moderna. No debemos olvidar, aunque resulte majadero repetirlo, que la civilización y la cultura contempor neas son, fundamentalmente, una fascinante batalla de las inteligencias. La riqueza de los pueblos est en el corazón, en la voluntad y en la inteligencia del hombre com n que es capaz, no obstante, de alcanzar sus propios niveles de excelencia. Nos cabe como maestros – y con ello reside la razón de ser del Centro de Perfeccionamiento – provocar las condiciones morales, culturales y pedagógicas para que dicho desarrollo ocurra, porque, sin la participación din mica del hombre com n haríamos de nuestras escuelas torres de marfil – sordas y ciegas a la marea de la Historia. La tradición y el renovado espíritu creador del maestro chileno nos inspiran absoluta confianza en el cabal cumplimiento de sus responsabilidades. Estamos, como maestros, empe ados en introducir métodos, técnicas de trabajo, sistemas de evaluación que coloquen nuestra tarea docente a un nivel realmente científico. Ello conduce, desde luego, y en primer lugar, a acondicionar las situaciones del aprendizaje de tal modo que per- mitan el desarrollo – en el m s alto grado posible – de todas las capacidades de cada alumno, porque su destino personal se jugar en un contexto histórico que prevemos claramente como muy distinto al actual. Para ese futuro – donde el sue o infantil de coger una estrella con la mano – ser tarea cotidiana preparar a los alumnos de hoy.Y no cabe otra preparación que la de desarrollar su inteligencia, fortalecer su voluntad de ser y acrecentar su disposición de entrega solidaria a la comunidad en que vive. Semejantes objetivos exigen la m xima flexibilidad, la m s delicada atención individual y la m s atenta evaluación de todo el sistema educativo y de nuestras propias tareas. En definitiva, estimados colegas, nuestras propias tareas tocan con la mano del espíritu lo m s grande y noble de cada ser: su propio espíritu, su propio destino personal. He aquí, el problema sustantivo que debe abordar cada maestro chileno. Parafraseando una acertada expresión que Gabriel García M rquez acu ó en su novela “Cien a os de soledad” podría decir que frente a la problem tica educacional de nuestro tiempo “el mundo parece tan reciente que muchas cosas carecen de nombre y para mencionarlas habría que se alarlas con el dedo…”. Contrariamente a lo que suele decirse, est n ocurriendo muchas cosas nuevas bajo el sol. Los maestros sufrimos cada día sorpresas insólitas en nuestra labor docente.Ya no se trata sólo de abordar científicamente las tareas propias de la ense anza. Los métodos, las técnicas, el instrumental did ctico modernos est n a nuestra dispo- sición. Podemos manejarlos. Debemos hacerlo. Pero, hay como un trasfondo huidizo, casi inaprensible, tal vez imposible de definir que escapa al control de nuestras manos e incluso al nuevo poder pedagógico que la ciencia y la tecnología contempor neas aportan al quehacer del maestro. Entre nuestro poder de educadores y la dra- m tica duda respecto de nuestra eficacia se dibuja una zona como de silencio que se halla, no obstante, cargada de palabras, de voces, y de esperanzas dispuestas a ponerle nombre a las cosas en este mundo tan reciente. La magia de este verbo nuevo, multitudinario en su expresión, que empuja a la Historia a una velocidad vertigi- nosa, est en el corazón, en la inteligencia, en la voluntad y en las manos de la juventud de hoy. Con esta juven- tud tenemos que entendernos y no sólo porque ello es inherente a nuestra misión de maestros, sino porque no podemos moralmente escapar a la obligación de entregar nuestro poder para que la juventud construya el mundo nuevo donde haya sitio digno para ella y para nosotros.

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