Sueño de amor : historia de una película en los albores del cine sonoro latinoamericano

31 Por otra parte, la revista Hoy señalaba con dureza: “Es esta cinta un exponente irrecusable de los progresos de orden técnico alcanzados por la industria cinematográfica mejicana. Sus fotografías son nítidas, claras, fijas; su sistema sonoro no deja nada que desear: las conversaciones, la música, son vertidas con fidelidad, logrando dar realce incluso a las notas más delicadas. Pero es, a la vez, un exponente también irrecusable de lo mucho que queda por hacer en materia de dirección artística y de actores. Abun- dan a lo largo de ella las escenas forzadas y llenas de rebuscamiento (…). En cuanto a los actores, trabajo nos cuesta repasar el desarrollo de la película para encontrar uno que se desempeñe con naturalidad. Todos, cual más cual menos, han tomado sus roles demasiado a lo serio, falseando a los personajes. Esta observación no nosmerece reservas paraClaudioArrau, quien ha hecho un Liszt en extremo grave, cargado de afectación, desprovisto de todo sentido humano. Es sensible por él y por Liszt, que nuestro pianista haya sido llamado para este rol; y lo decimos, no porque sus ejecuciones merezcan reparos, pues ha interpretado el “Sueño de amor” y la “Caza” con gracia, con agilidad y no sin sentimiento, sino porque su labor de protagonista sólo logra hacer de su representado a un ser que vive fuera de la realidad de los hombres, a un ser que en cada uno de sus gestos dista de un mundo del autor de las “Rapsodias Húngaras”” ( Hoy , nº 202, 4 de octubre de 1935, p. 19) Lo anterior devela las grandes diferencias existentes entre el cine industrial, que contaba con agentes y representantes en Chile, con el cine latinoamericano, que solamente contaba con empresas distribuidoras cuyos recursos apenas alcanzaban para pagar insertos en los periódicos. “Sueño de amor” se mantuvo en cartelera hasta finales de septiembre, un periodo breve que da cuenta de la indiferente aceptación del público chileno, lógicamente en este contexto señalado, para luego perderse rastro de ella en la cartelera chilena, tampoco figurando en los recuen- tos anuales que habitualmente realizaban periódicos y revistas de espectáculos. Posteriormente, tanto Arrau como Bohr se referirían de manera sucinta a esta obra, incluso detallando que el pianista “jamás vio el filme” ( Ercilla , 1991, p. 43), lo cual resulta altamente probable: en el mes de mayo, iniciaba una nueva gira por Europa abarcando Austria, Hungría, Alemania y Bélgica, con un breve paréntesis que lo

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