Sueño de amor : historia de una película en los albores del cine sonoro latinoamericano

14 ceses en los que Boytler se inspiró, La mujer del puerto transmite una idea pesimista de la condición humana” (De la Vega, 1999, p. 26) Junto a “La mujer del puerto”, se realiza en este mismo periodo una saga de pe- lículas conocidas como “La trilogía de la revolución”: “El prisionero trece” (1933), “El compadre Mendoza” (1934) y “¡Vámonos con Pancho Villa!” (1935). Todas ellas fueron dirigidas por Fernando de Fuentes, quien tenía experiencia como asistente en “Santa” y también en el primer largometraje mexicano de Arcady Boytler, “Mano a Mano” (1933). Estas fueron las primeras producciones que comenzaron a realizar- se bajo la administración del presidente Lázaro Cárdenas, aún cuando “El prisio- nero trece” solo alcanzó a permanecer un par de semanas en cartelera “debido a objeciones del ejército” (Mraz, 2010, p. 5). Los hechos objetivos no habían cumplido aún veinte años, y las películas problematizaban sobre la moral de la guerra en un contexto progresista, articulando temáticamente los tres guiones bajo el marco de un proceso donde los mismos campesinos tomaron las armas en vías de su emanci- pación, episodio único en el mundo: “El prisionero 13, drama sobre la corrupción y el abuso del poder militar; El compadre Mendoza, historia trágica de una traición que desenmascara a una burguesía tramposa y oportunista; y Vámonos con Pancho Villa (sic), la más ambiciosa y acabada, retrato natura- lista y crudo de los héroes anónimos que combatieron en la guerra. Vámonos con Pancho Villa (sic) es una obra excepcional producida en el periodo artesanal del cine mexicano que marcó el inicio de las actividades de la Compañía Cinematográfica Latinoamericana (Clasa), la cual fundó los estudios mejor equipados de México y Amé- rica Latina. Fue una superproducción filmada en escenarios naturales que contó por primera vez con el apoyo del Estado para conseguir tropas, armas y trenes” (Vargas, 1999, p. 31-32). Se trata de miradas que desmitifican la épica de la guerra y del caudillaje, atacando directamente a un tipo de nacionalismo que oculta en su discurso la acumulación individual por sobre los valores humanistas. Al igual que en “La mujer del puerto”, el destino del pueblo es trágico, exponiendo un proceso de perpetua caída de sus personajes, resuelto únicamente con la muerte física, esto es, nue- vamente el retorno a la tierra. Filmado sin exageraciones épicas, cuentan con un cuidado tratamiento de fotografía a cargo, en las dos primeras películas, de Ross Fischer, mientras que en la tercera a cargo de Jack Draper, ambos norteamerica- nos. Alex Phillips trabajó como asistente de Fischer en “El Compadre Mendoza”, mientras que en “¡Vámonos con Pancho Villa!” el operador de cámara fue Gabriel Figueroa. Si bien no significaron grandes éxitos comerciales, la trilogía permitió desarrollar producciones de importante nivel técnico en el país, ya sea en el regis-

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