Artistas en la industria: los orígenes del cine sonoro chileno

40 se hace por primera vez no sólo en Chile, sino en Sud América” ( El Mercurio , 13 de Septiembre de 1927, p. 20). Sin embargo, se habría tratado de un film mudo con el acompañamiento en vivo, donde participaban el bajo Gustavo Selva, la mezzo soprano Zunilda Carrasco, la soprano Laura Riquelme, y el tenor Eleazar Bustamante, junto al propio van Ravenstein. Las obras musicales fueron compuestas por José Salinas, sumándose en la película actores como Evaristo Lillo e Hilda Blancheteaux ( El Mercurio , 13 de septiembre de 1927, p. 22). El cine sonoro llega a Chile Finalizando la década del veinte, inicia en Chile el periodo de transición entre el cine silente y la implementación del sonoro. La habilitación de salas y la exhibición de los primeros films norteamericanos que empleaban esta técnica, dejó rápidamente en el rango de la obsolescencia a las películas mudas, impactando directamente en las producciones nacionales que habían logrado instalar un modelo de producción eficaz a escala local. Las nuevas tecnologías fueron leídas por la comunidad bajo un estatus de modernidad, que tienen una fuerte penetración durante un periodo muy breve. La radiofonía se inaugura en agosto de 1922, a partir de los experimentos que Enrique Sazié y Arturo Salazar despliegan en la Universidad de Chile, mientras que a partir de 1927 se instalan las compañías internacionales de producción de discos, Odeón y RCA Victor entre ellas, comercializando discos y equipos, cuya masificación contribuyó a crear una representación idealizada de aspectos identitarios definidos, donde “lo chileno” cuenta con una favorable acogida en los centros urbanos, y se pone en diálogo con expresiones musicales foráneas que se introducen en el país producto de las industrias culturales. Estos antecedentes permiten detectar la necesidad de posicionar un medio novedoso en los marcos de una industria, aún con la ausencia de recursos técnicos y financieros. Lógicamente, los capitalistas locales no dudaron en desplegar estrategias para captar los públicos demandantes de estas incipientes industrias culturales como un potencial consumidor de cine sonoro producido en el país. La llegada a Chile de los primeros films sonoros norteamericanos se da a inicios del año 1930, acompañados de una fuerte estrategia comunicacional en prensa escrita: “En el buque-motor “Santa María”, llegó ayer a Valparaíso la señora Olddia Zenor, que viene directamente de los Estados Unidos, trayendo a Chile el film parlante. (…) Controla este negocio para Chile la firma Martínez y Compañía” ( La Nación , 7 de febrero de 1930, p. 5). La primera película anunciada como sonora exhibida en el país fue “Evangelina”

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