Artistas en la industria: los orígenes del cine sonoro chileno

38 El cine sonoro en Chile Antecedentes del cine sonoro chileno Hacia finales de los años veinte, cuando la introducción de la nueva tecnología se avecina aún de manera difusa, es cuando comienzan a surgir los primeros inten- tos locales por hablar de cine sonoro. La evolución tecnológica transitó lentamen- te desde una concepción multimedial en la reproductibilidad de la imagen, hasta el desarrollo de un lenguaje que deviene en representación cultural. Aún con la ausencia de archivos y fuentes, se han logrado documentar los primeros intentos que abordan el cine local bajo un lenguaje audiovisual, que a mediados de los años veinte intentan incorporar ruidos, efectos sonoros, partituras y composiciones realiza- das especialmente para determinadas películas, interpretándolas en vivo de manera simultánea a la proyección de la imagen. Una de las primeras películas chilenas que habría empleado estas estrategias sería “Todo por la patria” (1918) del argentino Ar- turo Mario: “En un afán de darle mayor verosimilitud a las escenas bélicas se las acompañaba durante la proyección de ruidos de balas, explosiones, caídas y gritos” (Jara, 1994, p. 40). Caso similar es el de “Golondrina”, dirigida por el dramaturgo Nicanor de la Sotta y en cuyo estreno, realizado el 13 de Julio de 1924, el destacado compositor Osmán Pérez Freire presenta una serie de composiciones en vivo junto a la película, en la cual “la inclusión de estos temas fue muy destacada por la prensa nacional” (Jara, 1994, p. 82). La incorporación de Pérez Freire, que a esas alturas tenía una reputación internacional legitimada por tangos, tonadas y valses de amplia aceptación popular, da cuenta de la relevancia que adquirió el cine en la cultura local, así como la suma- toria híbrida dada en una de las películas que más éxito de público cultivó durante aquellos años 23 . Otros casos documentados son los de la película “El Leopardo” (1926), de Alfredo Llorente Pascual, un western filmado en Casablanca, donde: “(...) la primera función contó con el acompañamiento de una orquesta dirigida por un director de apellido Caballero, del que no se tienen mayores datos, y que habría interpretado principalmente melodías clá- sicas del folcklore chileno” (Horta y Muñoz, 2007, p. 9) 24 . También cabe consignar “Canta y no llores, corazón (o el precio de una honra)” (1925), de Juan Pérez Berrocal, cuya exhibición mezclaba el acto performático del tea-

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