Poesía Chilena en dictadura y postdictadura
| 121 | De fantasmas y espectros: la escritura fantasmal en La Ciudad de Gonzalo Millán si fuera él mismo una de ellas. Esto es lo que diferencia con mayor claridad a este personaje del resto: no forma parte de la multitud monótona que circu- la en el poema, y aunque estos también adquieran, a ratos, rasgos espectra- les, son miembros visibles del espacio lúgubre ya mencionado. El enfermo, por ejemplo, uno de los tantos personajes intermitentes con los que nos en- contramos, exhibe un tinte espectral en cuanto aparece a ratos, entremedio, sin mayor protagonismo pero no por eso menor relevancia. Por otro lado, en tanto enfermo muestra también en su caracterización la enfermedad mis- ma de la ciudad. Sin embargo, este interactúa con otros personajes —en un momento es operado por doctores— y es visto por ellos, es situado en algún lugar dentro del acontecer habitual del espacio urbano. El ciego, en cambio, solo aparece interactuando con los agentes, pero se mantiene mudo, indo- lente, imperturbable, y admite que el resto del mundo no lo reconoce como parte activa o v lida de la ciudad. La falta de reconocimiento de la sociedad hacia el ciego como par- te de esta, a pesar de lo negativa y pesimista que pueda sonar, en este caso produce un efecto completamente opuesto, puesto que transforma al perso- naje en uno de mayor relevancia que aquellos que forman parte reconocida del mundo cotidiano. Como los mendigos que tocan guitarra en las calles a cambio de dinero, el no vidente del poema se transforma en una presencia ausente: est ahí pero, a la vez, no lo est , no es visto, no es percibido. Por ello es que pasa a ser vidente y poeta a la vez, en tanto puede ver y contar lo que otros no por ser ciego y por ser marginado. Es su versión del entorno es- pecíficamente la que parece ser m s adecuada para describir una ciudad su- mida en las sombras, en cuanto personaje cuya condición fantasmal va in- cluso m s all de su aparición repentina y espor dica: m s que el enfermo, el tirano, la anciana y la beldad, fantasmas todos en tanto apariciones, el cie- go deviene fantasma en tanto sostiene su presencia en el texto precisamente en su ausencia. Su no estar —recordemos que tras este fragmento no vuelve a aparecer— hace que sea parte de la sombra misma en la que yace la ciudad, por lo que su perspectiva corresponde a la de aquella sombra, aquella oscu- ridad que la cotidianidad se empeña en ocultar; vidente de lo que no est , pero que aparece de repente, entre el correr de las estaciones y los meses, lo
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