Poesía Chilena en dictadura y postdictadura

110 | sombra/ Una perra vieja es una perra vieja/ protegida por la nada” (13). En la jerarquía m s primaria, el género tiene una preponderancia concluyente. Lo masculino, aunque sea lo último mantendr el grado de privilegio, mien- tras lo femenino estar a la deriva, sin compañía ni ayuda. El símbolo de la “perra” no tiene dignidad, tampoco alcanza protección, sino que es margi- nada. Así lo señala a continuación: “Una perra vaga una sin norte/ una con los feroces carcomidos/ una aliment ndose de su propia cola” (15). La de- cadencia callejera se hace m s relevante porque observamos sustent ndose con lo último que le queda de honra que alude a sí misma. El esplendor que tuvo alguna vez es parte del recuerdo, por lo que esta representación no tie- ne dueño, es excluida y rechazada por la sociedad, debido a su condición de “quiltra”. Esta palabra chilena y utilizada en su rango coloquial, que no tie- ne un lugar específico definido, pero que es una mezcla de razas. Es decir, no pertenece a nada. Es una grieta mal vista debido a no pertenecer a un rango de honor, ya sea como raza de pastor alem n o al bulldog. Es lógico el desapego a la infancia, la figura de la perra en el estrato social bajo y desde lo sórdido de la calle se desarrolla su vida e intenta abrir- se camino, con las dificultades inherentes, en esta sociedad machista. A pe- sar de los discursos de los gobiernos señalando la pujante economía y el de- sarrollo social, el lugar de la mujer durante el inicio del siglo XXI continúa estando postergada. En el transcurso de la obra, la perra relamiendo sus partes y recor- dando su esplendor forman parte de la escena. Esta pérdida de belleza que rememora da fuerza en estos versos: “Ahí va la maldita sucia perra/ pavo- neando su culo/ como si fuera la misma quiltrita de ayer” (42), “He caí- do en desgracia oh Dios/ y tú no pareces darte cuenta/ me he convertido en vulgar/ perra de la calle/ yendo sin rumbo” (43), y “Es posible que haya amado/ y entregado el calor de mi cuerpo/ a perros que hoy pasan/ y ven a la perra vieja/ y ahora ¿quién me entrega/ el minuto del desconcierto/ la hora de la perra?” (50). La voz se sitúa en campos del desamparo y la sole- dad. Aquel rastro de amor rom ntico, sexual y filial ha desaparecido los que supone ser el motivo de abandono. El brillo del cuerpo se ha marchitado y no ser restaurado. Allí quedar entonces, en la típica alusión a la flor mar-

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