Principios de Derecho Internacional
PJLlNOlPlOS Es costumbre general valerse de espias, que observan lo que pasa entre los enemigos y penetran sus designios para dar noticia de ellos; y tambien es costumbre castigarlos con el último suplicio, cuando son descubiertos. Un hombre de honor se creería degradado si se le emplease en esta especie de manejos clandestinos, que presentan siempre algo de bajo y repugnante; y el principe no tiene derecho para exigirlos de sus súbditos. Limitase, pues, á emplear en él á los que vo– luntariamente se le ofrecen, movidos por el aliciente de una recompensa pecuniaria. No le e.e; licit.o corromper la fidelidad de los súbditos del enemigo ni abusar de su hospitalidad para descubrir sus secretos. a. Por punto general, la seduccion de los súbditos del enemi– go para que cometan actos de infidencia, y sobre tildo para que mµcionen una confianza especial depositada en ellos, en– tregando, v.g., una plaza, ó revelando los secretos del go– bierno, es un medio reprobado por la ley natural, por indu– cirá un crimen abominable. Cuando mas, dice Vattel, pu– niera excusarse esta práctica en una guerra injustisima, y para salvar la patria amenazada por un oonquL,tador inicuo. Vattcl cree tambien que nos es licito aceptar los servicios de un traidor que espontáneamente nos los ofrece ; pero el hacer– nos cómplices <le un delito y premiarlo, es en realidad incitar á él. Lo único que puede decirse á favor de semejante con– ducta es que está toleráda. Admitiremos, sin embargo, t • que el ejemplo del enemigo nos <la licencia ¡:,ara obrar de esta suerte, porque un Estado que seduce los ciudadanos de otro, vulnera él mismo los de– rechos sagrados de la soherania, y relaja en cierto modo las obligaciones de sus propios súbditos; y 2° que si se introduce la division en el Estado enemigo, podemos mantener inteli– gencia con uno de los partidos para lograr una paz equitativa por su medio; porque l:!sto viene á ser lo mismo que valernos del auxilio de una socieJad independiente. Se llama inteligencia doble la de un hombre que aparenta. hacer traicion a su partido para engañar al enemigo y sor– prenderle. Es un acto infame iniciar de propósit.o deliberado esta especie de tratos. Pero si el eneinigo es quien da princi– pio á ellos tentando la fidelidad de los subalternos, pueden estos, ó espontaueamcntc ó por mandado de sus jefes, fingir que dan oidos á las pl'oposicioues y que se prestan á las mi– ras del seductor, para hacerle caer en el lazo; pues el faltar a
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