Principios de Derecho Internacional
t55 tan11emente víutimas de los malos. Tal es el origen del derecho de matar al enemigo en uua guerra legitima; · entendiendo por enemigo no solo al primer autor de la guerra, sino á io– dos los que combaten por su c.ausa. Pero de aqui tambien se sigue que desde el punto que un enemigo se somete, no· es lícito quitarle la vida. Debemos, pues, dar cuartel á todos los que rtnden las armas en el com– bate, y conceder vida salva á la guarnicion que capitula. El único caso en que se puede rehusar la vida al enemigo que se rinde, y toda l 0 apitulacion á una plaza que se halla en la última extremidad, es cuando el enemigo se ha hecho reo de atentados enormes contra el Derecho de gentes : la muerte es entóuces n ecesaria como una seguridad contra la repeticion del crimen ; pero esta pena no ~eria justa sino cuando reca– yese sobre los verdade1·os delincuentes. Si semejantes actos fuesen habituales en la nacion enemiga, todos sus individuos participarían entónres del reato, y el castigo podcia caer indi– ferentemente sobre cualquiera de ellos. A.si, cuando ~errea– mos con un pneblo feroz que no da cuartel á los vencidos y no obl]erva regla alguna, es licito e~carmentarle en la persona de los prisioneros que le hacemos, porque solo oon esta rigurosa medida poderoos proveer á nuestra seguridad, obligándole á variar de conducta. Si el general enemigo acostumbra matar á los rendidos ó cometer otros actos de atrocidad, podemos notificarle que tra– taremos del mismo modo á los suyos, y si no varia de conduc– ta, es justificable t:1 taliou. La frecuencia de estos actos hace á los súbditos Ilarticipantes de la responsabilidad del jéfe. En el siglo XVIl se creia contrário á las leyes rle la guerra defender nna plaza hasta la última extremidad sin esperanza de salvarla, ó atrcvt:l'se en \ID puesto débil á hacer cara á un ejército real ; y por consiguiente se daba la muerte al coman– dante, y aun se pasaba la tropa á cuchillo, como culpables de. una inútil efusíon de sangre. Pero este es un punto de que el enemigo nopuede ser juez imparcial. Esta porfiada resistencia ha salvado muchas veces plazas cuya conservacion parecia to– talmente desesperada : po1· otr.1 parte, deteniendo las armas enemigas da tiempo á la nacion invadida para juntar y ponel' en movimiento sus fuerzas. No se debe, pues, mirar como en– teramente inlitil la resistencia, y es mucho mas conforme á la razon la práctica que hoy rige no solo de _perdonar la vida, sino de conceder todos los honores de la guerra al jefe y tro– pa en tales casos. Una conducta contrái¡ia se reprobaria como cruel y atroz, y la intimacion de la muerte con el objeto de intimidará los sitiados pasaria p,Qr un insulto bárb!U'O,. ..
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