Principios de Derecho Internacional
DE lJ.IU\ECHO JNTEl\NACIOIUL. t37 Por grandes que .sean las utilidades que nos prometamos de la guerra, ellas solas no bastarian para hacerla licita. Al oon– trário, hay casos en que una guerra justisima ocasionará pe– ligros y dafl.o~de mucha mayor i.Jnportancia que el objeto que nos propo11emos en ella. En~nces nos aconseja la pm– dencia desentendernos del agravio ó limitarnos á los medios pacíficos de obtener la reparaciol!, ántes que aventurar los in tereses esenciales ó la salud del Estado en una contienda te– meraria. Se llaman pretextos las razone,; aparentemente fundadas, que se alegan para emprender la guerra, pero que no son de bastante importancia, y solo se emplean para paliar designios injustos. La guerra es defensiva ú ofemiV()., El que toma las armas para rechazar á un enemigo que le ataca, no hace mas que defenderse ¡ si atacamos nna nacion que actualmente se halla en paz r..on nosotros, hacemos nna guerra ofensiva. La defensa no es justa sino contra un agresor injusto. Mas a1mque toda nacion está obligada á sat isfacerlasju.stas deman– das de las otras y reparar los dalíos que les haya hecho, no por eso debe ponerse ú la merced de un enemigo irritado. Atacada, le tora ofreeer una satisfaccion competente : si no se le admite, ó se le imponen términos demá.'liado duros, la r e- · sistencia es legitima. Para que la guerra ofensiva sea justa, es necesario que lo :;ea su objeto, que reclamemos el goce de uu derecho fundado, ó la satisfnccion de una injuria evidente, y que la guerra sea ya el ünico iubilrio que no:¡ queda para lograrlo. El incremento de poder de un Esto.do no autoriza a los otros á hacerle la guerra, á pretexto del peligro que amenaza á su seguridacl. EB preciso haber recibido una inji,ria ó hallarse visiblemente amagado, para que sea permitido el recurso á las armas. No se debe objetar que la salud p\\Mica es la suprema ley del Estado. El poder y la intencion de hacer mal :uo están necesariamente urudos. Solo, pues, ouaudo una potencia ha dado pruebas repetidas de orgullo, y de una desordenada ambiruon, hay motivo para mirarla como uno vecino peli– groso. Mas aun entónces no son las ru·mas el único medio de precaver la agrei;ion de un poderoso Estado. El mas eficaz es la confederacion de otras naciones, que 1·cuniendo sus· fuer– zas, se hagan capaces de equ ilibrar las de la potencia que les -causa recelos, y de imponerle respeto. Se puede tambien pedirle garantlas, y si rehusase concederlas, esta negativa la baria fundadamente sospechosa, y justificaria la guerra.
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