Asi trabajo yo - tomo IV
con harina al tiro, y le vienen los pasmos. A mí me han venido mu– chos -dice doña Práxedes. -Pero no es nada -agrega Anita García-. En el invierno co– cemos dentro de la pieza, con los tiestos colgando en un canasto y el fuego abajo... Hay que ver todo el humo que entra a los pul– .menes. . . Pero es casi la última fase del trabajo: después viene algo lindo, el rameadito y el dibujo de los tiestos, que se hace con una aguiita, y luego se pinta con tierra blanca. Y listo e1 pastel. -Claro, si parece que todas las laceras de por aquí vivimos de amoríos pasados, porque casi ninguna tiene un hombre al lado. No sé por qué será, pero tenemos mala suerte en los sentimientos las laceras. Vea usted la Lola, que tuvo dos hijos y está sola; la Prá– xedes, y yo misma, la misma Anita a quien una vez dijeron: "Si no te casái conmigo, te mato y me mato yo... " Así no más fue con el José Heriberto, cobrador de micro que hacía el recorrido de Chillán p'acá. En ese tiempo yo no conocía hombres. Una iba a las fiestas, bailaba su cuequita, pero era feo que el joven se le quedara al lado. Heriberto llegó un día y estuvimos como un año mirándonos, muy de lejitos, hasta que me vino a pedir. "Recién casados, todo era oro. Yo y mis locitas, y el hombre. ¡Eran relindos los matrimonios en Quinchamalí: se mataban va– quillas, duraban dos días! Yo me casé de blanco, con traje de seda y velo v corona a la cabeza. Usaba almidones. Bajita como me ve, en ese tiempo pocazo cuerpo tenía yo; ahora engordé de tanto estar sentada. Hubo un tiempo en que Heriberto me llevó a San \Iiguel: 68
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