Asi trabajo yo - tomo IV
gordos, a toda esa locita, los pescaditos, las lauchas y chanchitos! Aquí es la herencia, naide le enseña a una, no es más que el cariño que uno le toma a la greda... Claro que yo laceaba a escondidas de mi mamá; a ellas las miraba no más, pero me iba a trabajar arri– ba de la higuera. Ahí tenía mi tablita. A la hora que me pillaba :mi mamá, puros palos eran los que me llegaban. ¡No ve que yo .~staba también en la escuelita de Colliguay! ¡Pa lo que me sirvió! Yo estaba pensando en mis figuritas, qué me importaba la a, o la p con la i, y todo eso. Yo con mi Tacú arrimaíta, le ayudaba a componer, que es como le llamarnos nosotros al pulido de la loza, ya se lo voy a ir explicando. "Y mi abuela me iba enseñando, cuando en eso llegaba mi ma– má. "¡Mira, vieja, por qué dejái a la chiquilla! ¡No vis que tiene que ir a la escuela, y cuidarme a los cabros y preparar la comida!. .." "Yo me escondía debajo del pullerón de la abuela. La Tacú me defendía, porque le gustaba que yo laceara. La pobre viejita se ganaba sus cinco centavos con toda la loza que hacía, y se le iban todas las monedas cuando llegaba cargada de regalos de Chi– llán. Después llegó una señora Elvira de Talca que las subió a 1O centavos la docena, y ahí entremedio de las figuritas chicas yo fui mezclando mis primeras locitas, que eran de este porte, y la abuela me las vendía. "¡Deja a la chiquilla, puh, mierda!", deCÍé! mi mamá a mi Tacú, y llegaba el guaracazo, le llegaba al pullerón de la abu~la. Un día mi Tacú le dijo: 54
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