Asi trabajo yo - tomo IV
• Y o, Anita García Y la Lola Riola, la Práxedes Caro, la Juana l\Iontes, la Griselia Caro y muchas mujeres más -en total cerca de cien-. reparti– das en el pintoresco caserío de Quinchamalí, situado a 30 kilóme– tros al sur de Chillán, forman hoy la numerosa familia de las lace– ras de esa zona. La mayoría (edad promedio: entre los cuarenta \' sesenta años) pertenecen ahora a la generación de las viejas "ba– rreras", que heredaron de sus madres y abuelas el arte de modelar la greda para dar vida a la loza negra y los chanchitos de tres patas, las cabritas, los cántaros y las tacitas que constituyen una de las muestras artesanales más antiguas de los alrededores de Chillán. Así como amasan tendidas sobre el suelo, como acarrean el guano a través de largas distancias para teñir sus figuras, así como han dedicado gran parte de sus vidas a crear sobre la greda, las loceras reparten el día también en el cultivo de pequeños terrenos que han heredado, y en la crianza de animales. Quinchamalí es una zona de pequeños predios agrícolas que surte de trabajo a los va– rones, a los maridos de las laceras, y les permite a ellas vivir ade– más de lo que les da la venta de uva, cerezas, peras, manzanas. Las casitas están sumergidas entre arbustos, parras que asoman en el camino, crecen y se multiplican al lado sur de la línea del tren que va de Chillárv a la costa. Allí es donde viven las creado– ras de la loza grande, v más al norte, atravesando la línea, se agru- 51
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