Kinesiología y discapacidad, perspectiva para una práctica basada en derechos

29 sus formas es más probable que un niño o niña con discapaci- dad viva más situaciones violentas que su par sin discapacidad ( Jones et al, 2012). Desde el periodo de la infancia se vuelve fundamental la edu- cación sexual. En primera instancia, es la familia cuidadora la que debe ofrecer un ambiente seguro para que los niños y niñas puedan explorar; paralelamente, se debe promover que los infantes realicen juegos que les permitan desarrollar habi- lidades volitivas, establecer límites e incluso negarse frente a acciones que los dañen o perjudiquen. Una vez que se inicia la escolarización formal, la educación sexual debiera estar orientada a favorecer el conocimiento y promover la autonomía desde un enfoque de derechos y respeto hacia uno mismo y el otro, independiente del diagnóstico médico que el niño o niña tenga. La educación sexual en Chile ha estado ausente en la mayoría de la formación de los actuales adultos e incipientemente ha comenzado a erigirse como un gran tema en la última década. Desafortunadamente, algunos padres y apoderados se oponen o resisten a que sus hijos e hijas con discapacidad reciban educación sexual por considerar que no es necesario, o que les “despertará” el deseo; estos mitos omiten que los cuerpos de las personas se desarrollan y que las interacciones sociales dan paso a los intereses sexuales independientemente de las situaciones físicas, cognitivas o sensoriales de las personas, por lo cual también los preadolescentes y adolescentes con discapacidad requieren educación e información sexual verídica y comprensible. Sin ella se reducen las posibilidades de participación social y aumentan los riesgos asociados a la actividad sexual, incluida la violencia sexual. Una educación sexual temprana, progresiva e inclusiva, permitirá el ejercicio de una sexualidad segura y placentera. Para lograr esto, es perentorio acortar la brecha en educación sexual mediante escuelas para padres o espacios educativos para adultos y así superar las actitudes restrictivas que tiene la sociedad sobre la sexualidad de los adolescentes/personas con discapacidad. Un estudio realizado en España, reunió las pers- pectivas de 300 personas agrupadas en familiares, profesionales y población general; se observó que en mayor medida las familias presentaron una actitud más conservadora hacia la sexualidad de las personas con discapacidad intelectual y, en oposición, se presentaron mayores actitudes moderadas-liberadoras hacia las personas con discapacidad física (Morell-Mengual et al, 2017). Lo anterior es concordante con lo que se observa en nuestro país, donde vemos con mayor frecuencia que las personas con discapacidad intelectual son infantilizadas por la sociedad y por sus familias. Lo que nos lleva a un triste escenario, en el que a una persona no reconocida durante su desarrollo no se le permite avanzar en su autonomía, por lo que, seguramente, verá dificultada la construcción y desarrollo de un proyecto de vida propio. Asistencia sexual: un tema en debate. En el entendido de que todas las personas tienen derecho a vivir una sexualidad plena, desde el movimiento social de personas con discapacidad se propone la existencia de una nueva figura laboral, denominada asistente sexual, con el propósito de igualar las oportunidades en el ámbito sexual. Desde las palabras de Soledad Arnau, activista española, “la «Asistencia Sexual» es una herramienta humana que pretende ser válida para afianzar el Derecho a una Vida Independiente en materia de Sexuali- dad. La asistencia sexual, por tanto, es un medio. El fin es el Derecho a una vida independiente, en este caso, en materia de sexualidad que cada persona, supuestamente con diversidad funcional, tiene derecho a tener reconocido” (Arnau, 2014). En la asistencia sexual, el eje central es el derecho a la apropiación del cuerpo como objeto de deseo, su fin no es necesariamente el coito como única expresión de lo sexual. Para Navarro (2014), una de las interpretaciones del derecho al propio cuerpo es la materialización de la personalidad mediante el acceso, explo- ración, preparación y actividad sexual. Es en este ámbito en el que las personas con discapacidad podrían acceder a asistencia, así como la figura de asistencia personal permite el desenvol- vimiento en la esfera del higiene personal, laboral, educativo, recreativo o social. La práctica de la asistencia sexual se da en países como Argentina, Bélgica, Alemania y Suecia de manera no regular. Suiza es el país que ha regulado en su totalidad la creación de las empresas de asistencia sexual, en las que se aplica un modelo en el que se acuerda un encuentro periódico: quienes ofician de asistentes deben estar certificados en algún ámbito de las ciencias médicas y su actuación es remunerada (Navarro, 2014). Lo anterior genera tensiones y abre el debate sobre la asistencia sexual y su “administración”. ¿Se puede “recetar” el derecho al propio cuerpo? Los movimientos de personas con discapacidad abogan al acceso a la asistencia sexual de manera voluntaria, y no como una terapia, sin periodicidad ni “dosis”. La película “Las sesiones” muestra las complejidades de una “terapia sexual”; el centro es un hombre de 45 años con secuelas de polio: el film muestra cómo la experiencia fue positiva en la vida del personaje y en sus futuros encuentros sexuales. Sin embargo, este “formato de terapia”, que incluye dosificación (6 sesiones), no es lo planteado para la asistencia sexual, pues en ella debería primar la voluntariedad y expectativas de la persona con discapacidad. ¿Es trabajo sexual? Desde el movimiento “Vida independiente”, la asistencia sexual surge de la interacción de dos figuras labo- rales más conocidas; la asistencia personal y el trabajo sexual empoderado (voluntario, seguro). “La asistencia sexual para personas con diversidad funcional es el espacio de intersección de la asistencia personal (materializa el derecho al acceso al propio cuerpo) y del trabajo sexual (se obtiene placer sexual a cambio de dinero)” (Centeno, 2014 citado en Arnau, 2014). Respecto del trabajo sexual, se debe comentar que existen diferentes miradas hacia el fenómeno. Dentro de las activistas en esta materia, se concibe como una opción laboral más que debería contar con la posibilidad de pagar imposiciones y acceso a seguridad social, en el entendido que es un trabajo; en esta mirada, el trabajo sexual solo es posible para personas mayores de edad que no han sido coercionadas y son sus propias jefaturas (puede revisar la página de la Red de Mujeres Trabajadoras Sexuales de Latinoamérica y el Caribe). En la vereda opuesta, están las

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