Kinesiología y discapacidad, perspectiva para una práctica basada en derechos

28 Salud sexual y reproductiva en hombres adultos con discapacidad. De manera sistemática, los hombres en nuestra sociedad han estado ausentes de las decisiones en torno a la planificación familiar, el cuidado de los hijos, e incluso el reconocimiento legal de estos. Es muy frecuente en lo cotidiano conocer casos de hijos abandonados por su progenitor masculino, hombres que reducen el ejercicio de la paternidad a “entregar” dinero o que no saben con exactitud cuántos hijos tienen. Actualmente, las generaciones de hombres jóvenes están más dispuestos a ejercer el rol de cuidador y desean tener control sobre el número de hijos que quieren tener, con quién tenerlos y criarlos; estos cambios sociales tendientes a la equidad deben ser acompañados y promovidos por las políticas públicas. En general, los hombres son los eternos ausentes en las po- líticas públicas de salud sexual y reproductiva (Güida, 2018). Estas medidas, que en algún momento fueron promovidas con mayor fuerza para controlar el crecimiento poblacional y que las mujeres lograran aparecer en espacios públicos como universidades o puestos de trabajo que requerían alta califi- cación, hoy se vuelven un arma de doble filo con la que se perpetúa la desigualdad entre hombres y mujeres, manteniendo a las últimas como principales responsables de la fecundidad e incluso del cuidado durante los primeros meses vida de un lactante, obstruyendo así a que los hombres ejerzan control sobre sus cuerpos y el cuidado de sus hijos. Un ejemplo claro de esta desigualdad se observa en la oferta anticonceptiva: las mujeres cuentan con anticonceptivos que pueden ser utilizados por, al menos, siete vías de administración diferentes y cinco de ellos se entregan gratuitamente en la atención primaria del país, por el contrario, los hombres solo cuentan actualmente con el condón como método para controlar su propia fertilidad. En la construcción patriarcal de la masculinidad, en la que el hombre debe ser físicamente potente y el mayor ingreso econó- mico de la unidad familiar, los hombres con discapacidad pueden no ser reconocidos como candidatos aptos para representar este estereotipo, dado que pueden percibirse o ser percibidos como inferiores en tanto sus cuerpos entran en conflicto con la construcción heteronormada de masculinidad productora y proveedora, que niega la debilidad y vulnerabilidad de estos cuerpos (Shakespeare, 1999), posición que habitualmente se relaciona y/o está permitida para el género femenino y los niños. Deconstruir las masculinidades patriarcales y heteronormadas es un proceso necesario para todo hombre, obligatorio incluso para uno con discapacidad (Shakespeare, 1999), ya que de otro modo se arriesga a no encontrar un espacio de pertenencia que lo acepte como es. Además del beneficio personal, cambiar esta concepción de la masculinidad es también un aporte a todos los hombres, ya que les significa la posibilidad de habitar nuevos espacios como lo son la crianza, demostración de emociones, realizar y recibir caricias, etc. Junto con esto, la flexibilización del papel masculino significa también un cambio en el rol y valor social de lo femenino, de las personas de la diversidad sexual e incluso de aquellas personas que requieren más cuidado y acompañamiento. Salud sexual y reproductiva en niños, niñas y adolescentes con discapacidad. El nacimiento de una persona debiera ser un hito importante para la familia, el que en condiciones óptimas debiera estar inmerso en emociones que permitan hacer de esta experiencia un recuerdo acogedor. La situación de discapacidad que pudiera ser descubierta al momento del parto, o incluso un diagnóstico médico en el periodo prenatal, no debiera ser una variable que empañe el proceso que vive la familia. A pesar de lo anterior, los constructos sociales relacionados con la discapacidad, la manera de dar el diagnóstico médico frente a una condición de salud (Vargas et al, 2018) e incluso la actitud de los cercanos que rodean a la mujer o a la pareja en proceso de gestación, hacen muchas veces más difícil y solitario tanto el embarazo como la crianza de un niño o niña en situación de discapacidad. Por esta razón, la capacitación del personal de salud, la articulación con redes de familiares de niños y niñas con discapacidad y el acompañamiento a la familia que recibirá o recibe al niño o niña son fundamentales. Desde el psicoanálisis clásico se reconocen varias etapas que el infante debe resolver en orden de conseguir una sexualidad adulta. Más allá de que se adscriba o no a este modelo, un gran aporte de esta corriente es reconocer que la sexualidad y búsqueda de placer no comienzan en el periodo puberal o adolescencia sino desde el nacimiento. A su vez, la teoría del apego que pone atención en la relación que la díada (madre o cuidador principal/hijo o hija) logra establecer, dado que esta impacta en el desarrollo de infante a largo plazo, incluida su capacidad de generar relaciones saludables, por ende, es parte de su la sexualidad. Tomando en cuenta esto último, es indis- pensable brindar un ambiente seguro y atento a quienes ejercen el cuidado principal de un lactante, en especial si se presentan factores de riesgo como la depresión postparto. Al igual que el resto de los niños y niñas, quienes presentan un diagnóstico de salud que pudiera conllevar una situación de discapacidad enfrentan las mismas etapas del desarrollo que aquellos que no tienen discapacidad. Desafortunadamente, las familias y la sociedad en su conjunto ofrecen menores oportuni- dades a los niños, niñas y adolescentes (NNA) con discapacidad de acceder a información sobre su propio desarrollo y cuerpo e incluso muchas veces no apoyan la construcción de proyectos de vida independiente cuando han alcanzado edades adultas, manteniéndolos como niños eternos. Otro escenario en el que los NNA con discapacidad se encuentran en desventaja tiene relación con su alta probabilidad de vivir violencia. Un meta-análisis publicado en Lancet estimó que “la prevalencia de violencia (combinada) fue de 26,7%, violencia física 20,4% y violencia sexual 13,7%” en este grupo poblacional. Asimismo, la estimación de riesgo fue “un odds ratio de 3,68 (2,56-5,29) para violencia combinada, 3,56 (2,80-5,52) para violencia física y de 2,88 (2,24-2,69) para violencia sexual”; vale decir, en todas

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