Brian, el nombre de mi país en llamas: cuadernillo de montaje de egreso

99 embargo, se ven confundidos y sin un propósito para pararse ahí y ser escuchados? Qué terrible sería si el valor de la teatralidad se viera relegado por nuestra posmodernidad a un acto autoreflexivo del puro dispositivo escénico y sus prácticas, pero vaciado de discurso político; mecanismos teatrales develando su vacío. Todo es exceso de materialidad en Brian , incluso la cantidad no me- nor de actores en escena, la gran escenografía, los múltiples vestua- rios, los muchos textos, las muchas escenas fragmentadas a lo largo de la hora y media. Citando una vez más a Cornago: “Ese exceso de materialidad que juega a seducirnos con sus ropajes siempre excesi- vos nos arroja sobre un vacío que sólo se presenta como ausencia” (CORNAGO, 2005). ¿Cuál es el valor del arte en todo esto? Sergio Rojas en el mismo libro citado más arriba pone de manifiesto nuestro actual paradigma como creadores del siglo XXI, chilenos, hijos del neoliberalismo y la colonia, hijos de Ronald Reagan y Cristóbal Colón. ¿Desde qué lugar podemos pararnos en escena cuando ya no existen las certezas vanguardistas, cuando le ha caído una bomba al mundo y también a la moneda? Y es que haciendo teatro nos convencimos de que éramos la resistencia, que el teatro es comunitario. ¿Pero si esa comunidad son sólo entes individuales cruzados y reunidos por un mismo sueño? Quizás el he- cho de analizar en estas páginas una función que se entiende como un “egreso”, es decir, a personas que se ven convocadas en este espacio tiempo sólo por el hecho de cursar una misma carrera, de ser parte de una misma generación, de pertenecer a un curso que deja de serlo cuando se representa la última función en el Teatro AntonioVaras. Ac- tores y actrices reunidos para sacar la carrera mas no (y sólo el tiempo lo dirá) por la necesidad de hacer un tipo de teatro, desarrollar una estética particular, generar un lenguaje y provocar un estímulo en un otro. Quizás el hecho de analizar un egreso da cuenta, solo a modo de síntoma, de lo que nos marca como generación, y nuestra forma de crear y hacer arte. Nuestro inherente estado “mundializado” al cual

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