Cuadernos Beauchef: ciencia, tecnología y cultura: vol. III Chile sobre la marcha

8 No obstante, en octubre pasado el fuego de la mecha sí llegó al polvorín. Y fue por una causa que muchos estimarían nimia: el alza en unos pocos pesos del pasaje del tren subterráneo en la capital, alza que, por años, venía ocurriendo sin mayores problemas. Mismos sueldos, precios más altos, era una combinación que no había motivado, por décadas, movimiento ciudadano alguno. Tal vez por eso, en un primer momento, el gobierno dio un paso en falso, en la total ignorancia de lo que podría ocurrir. Se hizo caso omiso de las protestas durante ese día, es más, se ordenó a Carabineros reprimir y ni siquiera se cuestionó la conveniencia política y social de la subida del pasaje. Además, porque, como ya es costumbre, la cifra dependía de un cálculo, de un polinomio: no era cuestión de voluntad, sino de una inexorable cuestión “técnica”. Y hasta podría pensarse que, al ser viernes, el fin de semana calmaría los ánimos y el lunes se retomaría la normalidad. Error sobre error. Los técnicos, muchos de ellos sin el menor conocimiento de la realidad del país y sin ganas de informarse, no fueron capaces de ver lo que estaba pasando. Menos lo que se venía. Así, pueden recordarse las palabras de un miembro del Comité de Expertos que calculan al polinomio, en plena concordancia con las de la ministra de Transporte: “¿por qué los jóvenes protestan si a ellos no los afectó la subida del pasaje?”. Rabia o solidaridad no estaba en sus horizontes y seguro no son medibles. Hace tiempo que no se veía a la tecnocracia pasear su desnudez por las calles con tal desenfado y desorientación. Pero no paró ahí. También otras declaraciones oficiales echaron bencina al fuego. Declaraciones que iban desde un humor demal gusto al desconocimiento de cómo vive la mayoría de los chilenos y la incapacidad de empatizar con ellos… O, al menos, la prudencia de guardar silencio. “No son $30, son 30 años”, la frase de algún autor anónimo que llegó para describir y resumir la situación. Si bien los escolares que saltaban los torniquetes podían seguir pagando el mismo precio, sus padres, familiares y vecinos no. Se mezcló la rabia y la solidaridad. Miles

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