Cuadernos Beauchef: ciencia, tecnología y cultura: vol. III Chile sobre la marcha
59 Democracia en la era electrónica La Constitución de 1980 fue diseñada por expertos constitu- cionalistas a fines de la década de 1970, en plena Guerra Fría. Eran personas que leían la hora en relojes a cuerda, se informaban a través de diarios impresos en litografía, usaban máquinas de escribir con papel calco, veían televisión censurada, escuchaban radios que ofrecían solo programas musicales y, para llamar de Santiago a Rancagua, lo hacían a través de una operadora discando un teléfono negro con carcasa de baquelita. Esos diseñadores del Estado chileno jamás se habrían imaginado personas organizadas en redes sociales, comunicadas mundialmente en tiempo real a través del campo electromagnético de la Tierra, usando potentes computadoras-teléfono que caben en el bolsillo. Visto en retrospectiva, los cambios tecnológicos ocurridos en los últimos cuarenta años, en magnitud, son similares a los que ocurrieron en los anteriores cuatrocientos. Al “despertar” Chile, sorprendió a una clase dirigente somnolienta, que dispone de herramientas políticas concebidas para un Estado que funciona mecánicamente, incapaz de abordar con eficacia los desafíos que impone la electrónica digital. De allí que el comentario de una “invasión alienígena”, para referirse a lo que sucedía durante los primeros días del estallido social, haya sido muy acertado. En verdad, los manifestantes, mediante sus celulares, disponían de una tecnología “extra gravitacional” para organizar su “invasión”. Una amenaza para la cual el Estado chileno no fue concebido. Tal vez debiéramos considerarlo como posibilidad en el nuevo diseño. No solo no supimos reconocer la tensión social acumulada, sino que tampoco los cambios profundos en lo cultural y en lo político producidos en el mundo con la globalización y las nuevas tecnologías de comunicación. Por ejemplo, cada vez que enviamos un correo electrónico se vulnera el número 5 del artículo 19 de la Constitución: “La inviolabilidad del hogar y de toda forma de comunicación privada”. Vivimos en una “sociedad transparente” (Han, 2013) en la que se ha perdido el pudor y, con ello, el derecho a la dignidad que establece el artículo 1º de la Constitución. Por otro lado, nuestras comunicaciones electrónicas están al arbitrio de empresas privadas extranjeras, con lo que transgredimos, cada vez que utilizamos sus servicios, el artículo 22 de la misma Constitución: “Los chilenos tienen el deber fundamental
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