Los territorios que habita(re)mos: ¿Qué futuro existe para las zonas de sacrificio?

de hoy no tenemos idea de cuál es la empresa responsable. Y desde el 21 de agosto hasta hoy, ya van más de 1.708 personas envenenadas, de las cuales el 90% corresponde a menores entre 9 y 15 años. En promedio, todos los días, desde el 21 de agosto hasta el 11 de octubre del mismo año, son 25 personas al día las que llegan al Hospital de Quintero, un re- cinto sumamente precario, de nivel básico. Hoy estamos luchando para que se cambie a nivel medio y se construya uno con especialistas, con oncólogos, programas de toxicología clínica, bioestadística y todo lo que requerimos para poder recuperar nuestra dignidad y salud arrebatadas. Pero la comunidad se moviliza y tenemos luchadores como Alberto González, quien es uno de los pioneros en la defensa de nuestro terri- torio. Él fue quien me invitó a participar en su agrupación de Ventanas y me instruyó. Lamentablemente falleció hace 2 años por cáncer gás- trico y renal, ya que su pozo de agua estaba contaminado con metales pesados. Él, además de ser un defensor de nuestra biosfera, fue el que denunció a través de su fotografía todo lo que estábamos viviendo en Quintero y Puchuncaví. Como Agrupación Mujeres en Zona de Sacrificio vemos cuáles son nuestros Derechos Humanos vulnerados, y estos últimos días, la verdad es que la situación no da para más. Estamos bajo la estrategia de invisi- bilización más dura que hemos sentido durante estos 50 años. Tengo 41 años y vivo en Quintero hace 35. Crecí respirando arsénico y dióxido de azufre, por lo que aprendí a distinguirlos por los colores de las nubes que cubrían el colegio, o por el olor que quedaba en el pelo; nadie sabía por qué nos dolía la cabeza, por qué ardían los ojos, por qué nos costaba respirar, por qué nos “resfriábamos” o nos daba alergia en pleno invierno, o por qué a los papás de compañeros les decían “hom- bres verdes”. Me fui 4 años a Santiago, pero volvimos con mi familia para luchar, para poder trabajar con las personas en la defensa de nuestros Derechos Hu- manos y poder educarnos para darnos cuenta que esos dolores de cabe- za, las afecciones respiratorias, la irritación de los ojos, o las enfermeda- des como el cáncer no son producto del azar, sino de la contaminación y degradación de la biósfera de la que somos parte. El mayor daño es primero a nivel psicológico. Nos damos cuenta de una CAROLINA ORELLANA .38. POSITION PAPER N°1 / SERIE DESASTRES SOCIONATURALES Habitante de Quintero – Puchuncaví e integrante de la Agrupación de Mujeres en Zonas de Sacrificio.

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