Producción interdisciplinaria: respuestas institucionales a la transversalidad del conocimiento

Salvavidas de Plomo- 113 démico si nos deshacemos de las disciplinas?, ¿qué haríamos sin facultades y depar- tamentos?, ¿cómo organizamos los Programas de Estudio?, ¿cómo asignamos las autoridades? y, lo que es peor, ¿cómo distribuimos las oficinas? Tenemos, en general, poca tolerancia a la duda, al conflicto, a la inseguridad, pues son condiciones con muy “mala fama”. El caos, en particular, está signado en extremo negativamente y provoca mucho miedo. El miedo, como es bien sabido, está en el fondo de todo reac- cionarismo, de todo conservadurismo, y aquí no es diferente. El miedo nos detiene, no nos permite avanzar. Qué pasaría si, a modo de experimento, y solo por esta vez, pensáramos que el caos no es algo tan negativo. Si por un momento creyéramos que el desorden es como el caldo de cultivo desde donde puede surgir lo inesperado, lo novedoso, lo sorprendente. En el campo del saber esto podría aplicarse a un mundo desdisciplinado. En realidad, la experiencia no nos es tan ajena. Nuestros grandes pensadores nunca reconocieron ni menos respetaron los límites disciplinares. ¿Qué fue José Martí? ¿Un poeta, un filósofo, un político, un periodista, un estudioso de la cultura? Solo se podría responder que “todo eso y más”. Martí observó, investigó, pensó, escribió. Hoy su obra se la disputan los literatos, los historiadores, los filóso- fos, los estudiosos de la cultura, los politólogos. Más cercano aún: ¿Qué fue Andrés Bello?, ¿a qué facultad lo adscribiríamos?, ¿a qué grupo de estudios presentaría sus proyectos? Acaso el gesto de Bello, aquel que funda la Universidad de Chile, debería citarse aquí, justamente en este lugar: Lo sabéis, señores: todas las verdades se tocan… Los adelantamientos en todas líneas se llaman unos a otros, se eslabonan, se empujan… He dicho que todas las verdades se tocan, y aún no creo haber dicho bastante. Todas las facultades humanas forman un sistema, en que no puede haber regularidad y armonía sin el concurso de cada una. No se puede paralizar una fibra (permítaseme decirlo así), una sola fibra del alma, sin que todas las otras enfermen. Quisiera, para terminar, referir una experiencia que podría ser interesante com- partir. Como ya se dijo, trabajo en el Instituto de Estudios Avanzados, en la Univer- sidad de Santiago de Chile. Allí formo parte de un grupo que se aglutinó en torno a una especialidad del Doctorado en Estudios Americanos que lleva el nombre de Pensamiento y Cultura. El grupo de académicos que lo conformamos es heterogéneo en muchos sentido y, sin duda, lo es también disciplinarmente. Del mismo modo, recibimos alumnos con las más diversas formaciones: abogados, literatos, filósofos, historiadores, antropólogos, cineastas, artistas visuales, pedagogos, periodistas, etc. Al poco andar comenzó a hacerse evidente que nos volvíamos una suerte de refugio para alumnos que, con intenciones de hacer un doctorado, intentaban escapar de sus estancos disciplinares y buscaban un lugar en el que pudieran plantar proyectos de

RkJQdWJsaXNoZXIy Mzc3MTg=