Malestar y destinos del malestar: políticas de la desdicha vol. 1

¿Malestar de qué?/ Macarena Orchard — Álvaro Jiménez – 73 tando con ello la disposición de los soportes sociales necesarios para procesar dichos cambios. El concepto de “anomia” –aquel “mal del infinito”– resume este proceso, donde transformaciones aceleradas pueden, por un lado, producir una disminución de la densidad de los grupos sociales y, por otro, ocasionar desajustes entre los mar- cos normativos y las expectativas de los actores. El suicidio sería, en este sentido, un efecto patológico de la manera en que los individuos se situarían frente a los ideales sociales o de la forma en virtud de la cual la sociedad controlaría las aspiraciones de los sujetos. Esta manera de leer la producción del malestar sigue ejerciendo una fuerte in- fluencia en la teoría social contemporánea, en la epidemiología que gira en torno a las nociones de “cohesión” y “capital social”, así como en diversas teorías sobre la estructura social. Por ejemplo, para Bourdieu 2 los procesos de diferenciación social pueden producir desajustes entre el habitus y el campo , es decir, introducir una dis- tancia creciente entre aquello que los individuos creen (o deben) ser socialmente y su realidad socioposicional. Este desfase, entre la identificación posicional del indi- viduo y el mundo social, produciría distintas variedades de “miseria cotidiana” o de “sufrimiento social” en tanto resultados de una frustración posicional. El malestar en la cultura Sin duda, el diagnóstico freudiano sobre el “malestar en la cultura” ha sido una de las vertientes más influyente en la teoría social contemporánea. La tesis de Freud considera que, en términos psíquico-económicos, la vida cultural ineludiblemente implica pagar el precio de la renuncia a la satisfacción pulsional, a través de un senti- miento de culpa inconsciente que se pone de manifiesto bajo la forma del malestar. En este sentido, el malestar no es un fenómeno contingente, sino una experiencia inherente a los procesos culturales, un resto inasimilable por el trabajo de sociali- zación. “nuestra cultura se edifica sobre la sofocación de pulsiones. […] Una cierta medida de satisfacción sexual directa parece indispensable para la inmensa mayoría de las or- ganizaciones, y la denegación de esta medida individualmente variable se castiga con fenómenos que nos vemos precisados a incluir entre los patológicos a consecuencia de su carácter nocivo en lo funcional y displacentero en lo subjetivo” 3 . La tesis freudiana puede ser leída como uno de los antecedentes más nítidos de la relación establecida entre sufrimiento psíquico y malestar social. Sin embargo, la posición de Freud es, a lo menos, ambigua: por una parte, afirma que la renuncia a 2 Pierre Bourdieu, La miseria del mundo (Madrid: Akal, 1999). 3 Sigmund Freud, “La moral sexual ‘cultural’ y la nerviosidad moderna” en Obras Completas de Sigmund Freud , vol.9 (1908; Buenos Aires: Amorrortu, 2004), 167-169.

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