Malestar y destinos del malestar: políticas de la desdicha vol. 1
El individualismo y sus malestares / Alain Ehrenberg – 61 La nueva concepción de la enfermedad mental –involucrando el dominio ge- neral de la vida social– ha sido instituida como una visión organizada en los lugares de trabajo, de educación y en la familia, especialmente en la comprensión del estrés laboral, los trastornos depresivos y ansiosos, la hiperactividad en los niños, la fobia escolar, etc. Obviamente, esta visión implica que las prácticas de salud mental tra- tan con las relaciones entre aflicciones individuales y relaciones sociales . Un trastorno mental es típicamente visto como la expresión de dificultades asociadas a la socia- lización, esto es, con el funcionamiento social visto como esencial para el bienestar individual. Esto no es tanto (o no sólo) una “medicalización” de comportamientos, como los sociólogos han sostenido a menudo (Conrad 18 , por ejemplo); lo que re- presenta, más bien, es un cambio complementario en las prácticas médicas y en las relaciones sociales, una comprensión que requiere de un enfoque descriptivo . El axioma central de mi análisis es, entonces, que esta idea de que la sociedad causa el sufrimiento es ella misma una idea social y, en consecuencia, debería ser ella misma un objeto para la sociología, es decir, un objeto para analizar e investigar por parte de la sociología. Esto se acompaña con el reconocimiento de que la salud mental no puede ser entendida exclusivamente como un asunto de salud pública, ni exclusivamente como un dominio de la patología (aunque, por supuesto, es también ambas cosas). La salud mental no es afín al cáncer o a las enfermedades cardiovascu- lares. No constituye una realidad distinta que pueda ser “recortada” de la vida social ni resumida en una lista de problemas-a-ser-resueltos. En su esencia, ella caracteriza una actitud ante la adversidad y el sufrimiento en un contexto global en el que la autonomía reina como nuestro valor supremo. El valor concedido hoy a la salud mental, al sufrimiento psicológico, a los afec- tos y las emociones es, entonces, el fruto de un contexto socio-cultural en el que la injusticia, el fracaso, la desviación y la insatisfacción tienden a ser evaluados en fun- ción de su impacto en la subjetividad individual y en la capacidad de llevar una vida autónoma. En los campos de la salud mental, nos encontramos con un auténtico drama individualista en el que los errores, los fracasos, la desgracia y la enfermedad –todo entrelazado– se representan de un modo particular. El foco en la autonomía involucra una dimensión afectiva y emocional que solía tener un valor secundario, ocupando un lugar subordinado en un sistema centrado en la disciplina. En este sen- tido, la salud mental, como se concibe en la actualidad, es una importante manera individualista de hacer frente a lo que los Antiguos llamaban las pasiones; ofrece una forma social adoptada tanto para nombrar como para hacer frente a las pasiones, en un momento en que las normas y valores se encuentran totalmente orientados hacia 18 Peter Conrad, The Medicalization of Society. On the Transformation of Human Conditions into Treatable Disorders (Baltimore: The John Hopkins University Press, 2007).
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