Malestar y destinos del malestar: políticas de la desdicha vol. 1

50 – malestar y destinos del malestar Políticas de la desdicha tanto agente, genera aquello que, en el Seminario 17 , Lacan describe como “dis- curso universitario” 36 . Es decir, que el saber promovido al lugar de agente del dis- curso produce un sujeto dividido por la angustia. Por eso no se le puede pedir a la ciencia que resuelva los problemas vinculados al malestar en la cultura, ya que ella engendra más malestar: un malestar silencioso –o, según sabemos hoy, una felici- dad que embota–, el cual termina por anular al sujeto. En tal sentido, en la misma conferencia de 1966 de la cual hablé hace un rato, Lacan dice que el progreso de la ciencia producirá una falla epistemo-somática en la relación de la medicina sobre el cuerpo. Y, luego, agrega que “la ciencia no es incapaz de saber qué puede, pero ella, al igual que el sujeto que engendra, no puede saber qué quiere” 37 . En otras palabras, el sujeto engendrado por la gubernamentalidad científica se encuentra, respecto de su deseo, en una interdicción incluso más radical que aquella del neu- rótico freudiano. Para finalizar, entonces, ¿qué se le puede pedir, desde el psicoanálisis, a las políticas públicas de salud? A mi modo de ver, primero se les podría pedir, al con- junto de las políticas públicas y no sólo a las de salud, que generen las condiciones de viabilidad para que sea posible un sujeto deseante. Hay un cierto mínimo –que podríamos llamar ético–, importante en la medida que permite salir del regis- tro de la necesidad, entendido como supervivencia. Dicho de otro modo, existen ciertas condiciones materiales y sociales que son fundamentales para que exista la posibilidad de que un sujeto emerja. Por lo mismo, sería esperable que lo que, ex- plícitamente, la ley garantice fuese que, por ejemplo, nunca más en Chile un joven tuviese que dejar el colegio para empezar a trabajar en razón de la enfermedad de su padre; o bien que nunca más una familia tenga que vender su casa para poder financiar el tratamiento de un hijo. Eso es, en el fondo, protección social. Sin embargo, también se llega a un punto en el cual las políticas públicas pueden resultar inhibitorias del deseo, especialmente si ellas se organizan cien- tíficamente. Entonces, como psicoanalistas, igualmente podríamos pedir que las políticas de salud sea capaces de dejar espacio para el despliegue de la demanda y de la transferencia, mientras que, al mismo tiempo, puedan reconocer un mínimo derecho a la vida psíquica. Es decir, que en ellas se contemple que el enfermo no es únicamente el escenario donde se manifiesta la enfermedad, sino que la subjetivi- dad de cada quién se encuentra estrechamente implicada en ella. Finalmente, ya no sólo como psicoanalistas sino también como ciudadanos, podemos además pedir que la asignación de prioridades sea trasparente y que se funde en razón de las discriminaciones que de ellas derivan. Pedir asimismo que 36 Jacques Lacan, El Seminario, libro XVII. El reverso del psicoanálisis, 1969-1970 (1991; Buenos Aires: Pai- dós, 1992). 37 Lacan, “Psicoanálisis y medicina”, 92.

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