Malestar y destinos del malestar: políticas de la desdicha vol. 1
Malestar en Chile, política sanitaria y psicoanálisis / Gonzalo Miranda – 49 si hubiera una estadística psicoanalítica, tendría que ser con números complejos. Volvamos, en fin, a nuestro punto de partida en esto de la salud mental: si es que existe algún valor en la noción de salud mental, es en tanto ella permita distin- guir aquella dimensión de la salud propia del ser humano. Nosotros apostamos a que aquello que hace la diferencia respecto de la posición que tiene el ser humano en el concierto de las criaturas, es el lenguaje. Decimos que el sujeto es efecto del lenguaje: somos hijos de la lengua y eso tiene consecuencias… que, sin embargo, no nos elevan hacia lo alto. Recordemos que, según el psicoanálisis, el lenguaje nos convierte en seres-en-falta. No se trata de volver a colocar al ser humano en el centro de nada, ni menos idealizarlo, pero hay que tomar una decisión: o asumimos que el lenguaje produce una hiancia entre la cría de la especie humana y la naturale- za, o bien asumimos – como lo hace la biología y parte de la psicología – que dicha hiancia no existe y que hay continuidad. Tanto el relato bíblico como el hobbesia- no suponen que el ser humano, por alguna razón, salió de su estado de naturaleza. Más aún, para Hobbes el estado de naturaleza ni siquiera es deseable. Sin embargo, el relato darwinista parece imponerse. A diario usamos imágenes y metáforas bio- lógicas para hablar de los procesos sociales. Parece que no aprendimos del siglo xx, y seguimos intentando transformar el estado de derecho en un estado científico. El intento por naturalizar, por dar con la esencia del bienestar humano a través de la ciencia, no solamente es peligroso, sino también paradójico desde el punto de vista del psicoanálisis. Peligroso, pues ya tuvimos la experiencia, durante la Alema- nia nazi, de la pretensión de gobernar bajo el imperio de la ciencia. No olvidemos que, como lo indica Espósito, el nazismo se constituyó al modo de una “biología realizada”, en virtud de la cual Rudolf Hess pudo declarar que “el nacionalsocialis- mo no [era] sino biología aplicada”, mientras que el propio Hitler pudo ser elogiado como el gran doctor del pueblo alemán capaz de dar “el paso final en la derrota del historicismo y en el reconocimiento de los valores puramente biológicos” 35 . Aun- que quizás, como sugería Freud, bastaría preguntarle a los poetas y reparar en toda aquella literatura futurista aterradora – Zamiatin, Orwell, Huxley – que describe una serie de utopías científicas en las cuales se gobierna en nombre de la felicidad. Pues, en el fondo, la democracia sólo pudo ser inventada en una cultura donde los dioses sí jugaban a los dados. Pero, además del peligro contenido en la naturalización de la felicidad a través de la ciencia, ella resulta paradójica por cuanto la ciencia – el saber –, situada en 35 Roberto Espósito, Comunidad, inmunidad y biopolítica (Madrid: Herder, 2009), 143. Espósito se refiere aquí al manual de Rassenhygiene , redactado por el genetista Fritz Lenz en colaboración con Erwin Baur y Eugen Fischer. A este respecto, ver también: Robert Proctor, “Nazi Biomedical Policies”, en Arthur L. Caplan (ed.), When Medicine Went Mad: Bioethics and the Holocaust (1992; Totowa, N. J.: Humana Press, 2012), 26.
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