Malestar y destinos del malestar: políticas de la desdicha vol. 1
42 – malestar y destinos del malestar Políticas de la desdicha mas en última instancia existenciales. Hablar de salud mental, en este caso, sería medicalizar los comportamientos perturbadores para un determinado grupo social, o bien entregar algunas soluciones para los problemas de estar aquí, en este mundo, como seres humanos. En este polo, por cierto, podemos situar al humanismo de origen europeo, además del psicoanálisis y de la antipsiquiatría. Entre medio están casi todas las definiciones de salud mental que aparecen en los manuales y en las políticas públicas, las cuales asumen un punto de vista que podríamos llamar “fisiológico”. La psicología, aún sin reparar conscientemente en ello, desde sus orígenes y hasta nuestros días, suele ocuparse de la mente de manera análoga a como lo haría un fisiólogo que investiga sobre un órgano. Es, justamente, por esta vía que los teóricos de la salud mental con frecuencia la definen en función de ciertos resultados o rendimientos que serían esperables, en tanto exista un co- rrecto funcionamiento de los procesos psíquicos: resultados que van desde la adap- tación al medio hasta la felicidad. De hecho, la combinación de ambas –adaptación y felicidad– sería precisamente una definición aceptable de la noción clave para este terreno: el “bienestar”. De alguna manera, la oms hace suya esta manera “fisiológica” de entender la salud mental al definirla como estado de funcionamiento óptimo de la persona 21 . De hecho, aquí es donde se encuentra la perspectiva positiva que, al alero de este fun- cionamiento óptimo , constituye una referencia clave para el documento chileno de Estrategia Nacional de Salud Mental. No se dice explícitamente, pero si nos atene- mos al documento, aquel funcionamiento óptimo se haría notar como modulación afectiva y adaptación social. ¿Hacia un paradigma dominante? ¿De dónde viene todo esto? En los últimos años se ha ido produciendo una con- fluencia en la psicología norteamericana –la psicología dominante en el campo académico–, donde la psicología cognitiva, la psicología evolucionaria, la psicolo- gía positiva, las neurociencias y lo que queda de la psicología humanista buscan en conjunto definir el bien humano y los caminos para acceder a él. Por eso no es raro que, en la última década, la psicología y las neurociencias empiecen a tener tanta figuración en la economía, especialmente en la economía de corte más “progresista”, la economía del bienestar. Lo que hay detrás es una búsqueda de aquello que es y que hace el bienestar humano, pero no en el plano de la discusión filosófica, sino en aquel del laboratorio. En el fondo, la economía le pide a la psicología – y ojalá a las neurociencias – que le diga qué quiere el hombre, cómo es y qué le hace bien. En torno a este bien o bienestar “natural” confluyen la psicología y las políticas sani- 21 WHO, Promoting Mental Health.
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