Malestar y destinos del malestar: políticas de la desdicha vol. 1
Malestar en Chile, política sanitaria y psicoanálisis / Gonzalo Miranda – 41 bién van hacia allá, así como el programa estrella de la presidenta Bachelet: “Chile Crece Contigo”. Paréntesis para preguntarse qué es “salud mental” Si bien se trata de un concepto esquivo y complejo, lo que denominamos salud mental – ya que parece políticamente incorrecto decir que es ausencia de trastorno mental; es más, sería una herejía – se debería definir entonces en oposición de lo que sería la salud física, y debiese referir, por lo tanto, a eso que constituye la dimen- sión estrictamente humana de la salud. Aun así, definir salud mental no es fácil. Sin embargo, leyendo entre líneas los distintos discursos y las prácticas que circundan la salud mental, podemos armar algo así como un espectro, el cual se movería entre dos polos. En un extremo del espectro estarían aquellos que consideran que el concepto mismo de salud mental no tiene sentido, que no es una distinción que aporte algo relevante. Esta postura es la más coherente con la medicina no sólo contemporánea, sino occidental. A pesar de que el valor terapéutico de la palabra era reconocido por los filósofos griegos, la medicina hipocrática y galénica era organicista. Para ella, lo único que enfermaba era, a fin de cuentas, el cuerpo, pues sólo en él se podían provocar alteraciones en lo que la tradición consideraba facultades o prerrogativas del alma. Será durante el Renacimiento que la mente, la fantasía, la imaginación – el ens spirituale , como diría Paracelso–, cobran protagonismo en los procesos de enfermedad y curación. Pero ya entrando al siglo xix, la medicina se transformó en biología aplicada. Y si bien puede sonar algo tosco negar la salud mental, la práctica psiquiátrica dominante adhirió a esta manera de pensar. Aquello que enferma será, en lo que sigue, el sistema nervioso. También muchos psicólogos pensaron y, actual- mente, piensan así: los trastornos mentales son trastornos del cerebro. El problema es que esa materialidad (supuesta o real), además de que –para nosotros, psicoana- listas– desconoce la dimensión de goce del cuerpo, deja en el olvido todo lo que hay que hacer para llegar a nominar una conducta como trastorno o enfermedad. En el otro extremo del espectro también hay quienes que, por otras razones, también le niegan valor al concepto de salud mental. Para ellos, lo que hay es un su- jeto enfrentado a los grandes enigmas y problemas de la existencia, mientras que los trastornos mentales son intentos de responder a ellos. Freud, por ejemplo, incluía a la neurosis en una serie de mecanismos orientados a alivianar el malestar de existir, así como el enamoramiento, la religión o la intoxicación química 20 . Dicho de otro modo, no se tratarían de asuntos estrictamente sanitarios, sino más bien de proble- 20 Cf. Sigmund Freud, “El malestar en la cultura”, en Obras Completas de Sigmund Freud, vol. 21 (1930[1929]; Buenos Aires: Amorrortu, 1992), 57-140.
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